"Time out", The Dave Brubeck Quartet, 1959, Columbia
Si hay un álbum que suena arquetípicamente a jazz, y en particular a quienes no frecuentan el jazz o no manejan esa especie de enfoque enciclopédico/erudito que hace al uso consagrado del jazz y sus relatos, ese álbum es "kind of blue", de Miles Davis. Curiosamente, en más de un sentido sus opciones musicales son de alguna manera simples, o al menos lo son desde el punto de vista composicional, ya que sobre sus pautas modales fijadas de antemano quedó liberada la expresión individual de cada uno de sus músicos (y ahí está Coltrane maravillosamente downplaying sus habilidades) a la consabida improvisación del género; pero más allá de esto quizá el gran acierto de "Kind of blue" es trascender el sistema expresivo/musical de su género y funcionar también -y decisivamente- en un contexto conceptual/ambient, que quizá es lo que termina por generar ese lugar especial de distinción del que el disco sigue disfrutando. Después, en la nómina de clásicos inmediatos o casi tan arquetípicos del jazz, las cosas se complican un poco: "A love supreme", "Coltrane's sound" o "Blue train", de Coltrane, parecen trabajos más arduos de técnica y musicalidad, que -en el caso específico del primero- parecen reclamar o necesitar reclamar (a la hora de expandirse desde la mera musicalidad) una lectura en clave "espiritual" -es decir, conceptual.
"Time out" puede pensarse desde su experimento con el tiempo, sin duda; de esa nómina de discos de jazz que ofrecen una suerte de interés fresco al oyente no especializado (eso que el oído detecta de inmediato como "jazz" del mismo modo que las gabardinas y los sombreros y las calles mojadas sobre las que tiembla el reflejo del neón dicen "novela negra") también pasa por un disco curiosamente intelectual y acaso, en principio, algo frío (cosa que en su momento se criticó -o algunos criticaron- del west coast jazz); pero esa lectura depende básicamente de que uno se ponga a contar compases: depende, es decir, de un uso ante todo musical (iba a decir "musicológico") en un sentido técnico. Es cierto que "Blue rondo a la turk" empieza en 9/8 (la pauta en rigor es tres compases que siguen un ritmo de 2+2+2+3 y luego uno en 3+3+3) y después se pliega a 4/4 en los solos, pero ese detalle -con su derivación world music: se trata del patrón rítmico de la música otomana aksak- permite una lectura que va más allá del uso de un compás raro porque sí; en el cambio a 4/4 es donde la pieza parece abrirse e instalarse en un territorio familiar que, por contraste, se siente completamente fresco y maravilloso, como si a través de una excursión a ritmos que le son ajenos "Blue rondo è la turca" renovara al jazz.
El truco en "Take five" podría pensarse como precisamente el reverso: la pieza es un estandar indudable y dice "Jazz" tanto como "Say what?", pero lo curioso es que lo haca sobre un inusual compás de 5/4. Una posible respuesta: la simplicidad de la base de piano (un ostinato de dos acordes en mi bemol menor) y la evidente cosa bluesera del solo de saxofón, poblado de melodías memorables. Hay, es decir, una suerte de dificultad rítmica, pero la pieza no deja que eso reclame la atención en tanto ofrece otros elementos considerablemente más "legibles" y consabidos, casi cliché. El efecto conjunto es, simplemente, inolvidable.
Esa gentileza melódica se expande a lo largo del lado B del vinilo original: "Three to get ready" es un momento especialmente juguetón (intercala 3/4 con 4/4, metros más consabidos), y "Kathy's waltz" hace más o menos el mismo truco. Ambas son las piezas más sencillas en el contexto conceptual del disco, y sirven de alguna manera como descanso al oído; las dos últimas -"Everybody's jumpin'" y "Pick up sticks"- prefieren el 6/4 (o algo parecido a veces) y ofrecen momentos donde destaca especialmente -en particular en "Pick up stick"- una textura de piano, bajo y batería en frecuencias medias que llenan la imagen acústica y sobre la que después parece bailar la melodía de saxofón, que administra magistralmente las notas más agudas, de alguna manera confiadas al solo de piano que sigue.
Es sin duda el lado A -que además incluye la extensa y expresiva "Strange meadow lark", que después de un comienzo indeterminado en cuanto a compás aterriza en un sólido 4/4- el más memorable: tan disfrutable como experimental, un gesto, qué duda cabe, extraordinariamente dificil de sacar adelante.
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