"The number of the beast", Iron Maiden, 1982, EMI/Harvest

Si bien ya en "Invaders" está todo dicho en términos de estilo (y de género o subgénero), hay que esperar tanto a "Children of the damned" para que todas las posibilidades musicales y texturales del tercer álbum de Iron Maiden empiecen a volverse evidentes, y de hecho a las dos primeras piezas del lado B para sentir que están sonando verdaderas obras maestras.
A la vez, no hay que desatender "The prisoner", con su comienzo tomado de la serie de TV homónima -y una más en la cadena de apropiaciones literarias de Maiden- y con el impresionante sonido de la batería en diálogo con la guitarra durante la introducción instrumental. Tambíen en "22 Acacia Avenue" brilla esa textura armada por las guitarras y la voz de Dickinson (que canta con Maiden por primera vez en este álbum), en todo su potencial dramático, como una suerte de Dio que ha tomado clases de actuación o se ha puesto a escuchar atentamente a David Bowie en tanto cantante.
Sobre "The number of the beast" y "Run to the hills" sólo repetiré lo dicho: son obras maestras del metal y del hard rock, y punto. No es nada nuevo, pero no por ello ha de pasarse por alto; su factura impresionante se ve incluso en detalles como la interacción entre la interpretación vocal de Dickinson, el reverb aportado a su voz, su administración del aire y la manera en que su aliento se funde con el efecto de flanger impuesto a la guitarra que toca el riff básico de las estrofas. Después la entrada de la batería completa (1:30) es simplemente glorioso, pero ese entusiasmo es después superado, asombrosamente, por el estribillo de "Run to the hills", y no debería importar lo que siga en el disco.
Salvo porque esas dos últimas canciones son cualquier cosa menos deleznables. Quizá "Gangland" sea la que más reitera lo ya dicho estilística y texturalmente, pero no por ello es una pieza menor y está, en cualquier caso, a la altura de "Invaders" o "22 Acacia Avenue", por nombrar lo menos fascinante del lado A. De hecho, en la sección destinada a los solos de guitarra queda especialmente a la vista ese diálogo entre el ímpetu más tapping-arpegístico-minimalista y el solo más hardrockero que sigue, y esa marca de la banda y de sus dos guitarristas de estudio (Murray y Smith), queda no sólo definida a la perfección sino maravillosamente ejemplificada en "Gangland".
El cierre, por otra parte, es lo que cabe esperar: una pieza larga y épica, que se pasea por diferentes atmósferas y oscuridades: desde el comienzo inquietante que va abriendo cierta luminosidad con acordes mayores hasta la inmediata entrada de las eléctricas rifferas (en un tipo de riff que Maiden llevaría a la perfección en "Aces high"), seguidas por las dos guitarras armonizando (hacia los 3 minutos) sobre el bajo asombroso de Steve Harris (y tengo para mí que los mejores bajistas son los que mejor aprovechan, cuando conviene, las frecuencias agudas del instrumento).
No sé si "The number of the beast" es el mejor disco de Maiden (quizá lo sea "Powerslave"), pero pocos discos de metal -o de rock en general- brillan tan consistentemente y logran fascinar tanto con su poder y su ímpetu como con sus detalles y sutilezas.

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