"IBM 1401, a user's manual", Jóhann Jóhannsson, 2006, 4AD


En relación al cuarto álbum de estudio de Jóhann Jóhannsson es dificil escapar de los datos biográficos: el padre del compositor trabajaba como ingeniero de mantenimiento de las computadoras IBM 1401 que habían llegado a Islandia; la tarea estaba en las antípodas de lo que se espera de un encargado de sistemas de hoy en día, con sus rutinas para limpiar virus, su supervisación del funcionamiento de las redes y poco más: entonces, es decir, había que cambiar aceite y esforzarse por entender la maquinaria en un sentido literalmente mecánico, pero el señor Jóhannsson se las arregló para componer música con aquellos armatostes, y llegó a grabar algunas de las melodías logradas. Décadas más tarde (las IBM 1401 dejaron de usarse, en ISlandia, hacia 1971), el hijo del ingeniero -imaginémoslo, como en tantas ficciones de conexión paternofilial, encontrando las cintas en un viejo baúl) compuso un álbum en homenaje a aquella máquina y a su padre, tomando como punto de partida algunas de aquellas melodías que cabría pensar como el equivalente real de Hal 9000 cantando "Daisy".
Hay un encanto evidente en las ruinas tecnológicas, y en parte -además de la nostalgia- su potencial estético pasa por la extrapolación de aquellas máquinas y diseños a un presente que no es el nuestro. Cómo imaginaban el futuro hace 50 años parece ser, entonces, una pregunta cargada de posibilidades artísticas y conceptuales.
El disco de Jóhannson se apoya básicamente en la superposición de una textura orquestral (cuerdas ante todo) con los sonidos asociables a la maquinaria de aquella vieja computadora; así, en la primera de las cinco partes en que consiste la obra, escuchamos un loop mínimo que suena a sintetizador primitivo (como si se evocaran aquellas melodías compuestas por el padre) y un lento crescendo instrumental que esboza desarrollos posibles del motivo básico (que, de hecho, reaparece en todas las partes de la obra). Hacia la mitad de la composición las cuerdas llenan cada rincón del paisaje sonoro, pero el loop persiste: se lo escucha aquí y allá, como un pequeño robot de Disney asomando su cabeza antropomórfica, y el efecto es siempre emocionante.
Acaso la más sugerente de las secciones sea la segunda, que comienza con un paisaje sonoro mínimo (apenas algunas notas brillantes y cálidas, similares a las de un vibráfono, y un pequeño repertorio de ruidos ambiente) y una grabación de notoria antiguedad que ofrece instrucciones al usuario de la computadora en cuestión; pronto, sin embargo, empieza a desarrollarse un fondo orquestral, con temas que se desenvuelven entre sonidos mecánicos y, de alguna manera, evocativos de ese mundo paleotecnológico que está en el corazón de la obra.
Las partes tres y cuatro son similares y tienen sus momentos más interesantes hacia el final, cuando las melodías (hay en la tercera parte, por ejemplo, una notoria reiteración del loop de la primera) ceden ante paisajes más mínimos y dark ambient, como si se anotara el borde inquietante u ominoso de este mundo paleotecnológico.
La última de las secciones incorpora una vocalización en vocorder por encima del juego de frases y motivos al que se ha arrojado la orquesta; en ciertos momentos suena también una voz humana, a veces limpia y a veces trabajada con efectos y filtros, y el efecto es extraordinariamente cinemático -no en vano Johánnson es el compositor preferido siempre por Denis Villeneuve-, como si fuese efectivamente el final de una serie de cuyos personajes hemos terminado por enamorarnos y se nos ofreciera tanto un repaso de sus aventuras como las pistas para una extrapolación hacia el futuro.

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