"Machine head", Deep Purple, 1972, Purple

Difícilmente pueda encontrarse un álbum que represente mejor la quintaesencia del hard rock que el mejor de la mejor formación de Deep Purple (es decir el sexto trabajo de estudio, grabado por la llamada “mark II”: Ritchie Blackmore en guitarra, Ian Gillan en voces, Roger Glover en bajo, Ian Paice en batería y Jon Lord en teclados). Por supuesto, está el disco sin título de Led Zeppelin (1971) y está “Paranoid” (1970) de Black Sabbath, pero donde los primeros ampliaban la propuesta hacia un espectro de sonidos y géneros más vasto, y donde los segundos apostaban por lo que terminaría por convertirse en el doom metal y, por decirlo de manera sencilla, el lado oscuro del metal y el hard rock, “Machine head” (1972) apenas se mueve un par de milímetros más allá de hard más estricto, si es que lo hace. Es decir, sacando las sonoridades blueseras del solo de armónica en “Lazy”, el resto del disco tiene el poder de tomar cualquier otra textura o armonía y volverla parte natural del hard rock, como si de hecho siempre lo hubiese sido. Han sido señaladas, por ejemplo -y por su propio autor primero que nadie-, las secuencias de acordes inspiradas en la música de Bach que hacen a los solos de Jon Lord en “Highway star”, pero después de Deep Purple eso sería también una marca del hard rock y el heavy metal.
El núcleo esencial del álbum está en sus composiciones más rifferas: “Maybe I am a Leo” (con su tempo cuidadosamente lento, sus modulaciones y sus riffs de transición), “Pictures of home” (la más acelerada y acaso propiamente “metalera”, como si fuera el verdadero ancestro de las bandas heavy de fines de los 70s y comienzos de los 80s, Iron Maiden más claramente), y “Never before” (la más funk y acaso la construida con el riff menos claro de las tres, aunque cabría argumentar que la figura de guitarra que se repite en las estrofas es un riff con todas la de la ley; la más variada, además, con su puente beatlesco que muestra claramente que Ian Gillan podía hacer mucho más que sostener agudos por tiempos record).
Las restantes cuatro canciones son, básicamente, piezas épicas del hard rock setentero. No hay que decir mucho sobre “Smoke on the water” (junto a “Satisfaction” el riff más reconocible y acaso el mejor), salvo que, más allá de la potencia inigualable de su riff, no es la composición más interesante del álbum (estructuralmente, es decir, es de las más simples), salvo que ejemplifica acaso mejor que otras del disco la capacidad del tecladista Jon Lord para dar con texturas inusitadas en su instrumento, que –en la introducción, por ejemplo- logra sonar casi exactamente como una guitarra.
“Highway star” es posiblemente la mejor composición del álbum, o la que mejor reúne todas las virtudes presentes en las otras seis (además de uno de los más notorios ejemplos de diálogo entre los dos solistas de la banda, Blackmore y Lord; además del paisaje sonoro perfecto para una road movie); sin embargo, podría argumentarse que ese lugar se lo disputa (y algunos dirán que se lo gana, yo por ejemplo) “Space truckin’”, en cualquier caso uno de los más grandes cierres de álbum de la historia del rock. ¿Cómo no dar vuelta el disco después de algo así? Y lo más curioso: la canción no pasa de cuatro minutos y medio. Es decir: Deep Purple se las arregló para decir todo el heavy metal y el hard rock en ese tiempo. Y realmente está todo: el riff mastodóntico de los estribillos, las voces llevadas al extremo, el boogie, la intensidad creciente y la explosión al final.
Es seguramente “Lazy” la más extraña de las composiciones, en el sentido de que parece alejarse un poco más de la matriz genérica; la introducción larga con teclados cargados de modulación en anillo, las diferentes secciones pobladas de solos de teclado y de guitarra y el regreso a un riff principal que desemboca en las estrofas, todo parece mostrar la potencialidad del hard rock para estirar un poco sus límites sin llegar a romperlos (en las versiones en vivo acaso sí se rompían, pero esa es otra historia).
Sin duda, si todo el rock, el hard rock y el metal de los setentas se perdiera, bastaría con que una copia de “Machine head” apareciera en una bóveda enterrada quién sabe a qué profundidad para que, indagando en el ADN y haciendo ingeniería reversa, pudiera reconstruirse buena parte de esa música. Y digo “buena parte” solamente para señalar que justamente aquello que NO podría ser reconstruido de esta manera está entre lo mejor y lo más extraño de la década. En ese sentido, el sexto de los álbumes de Deep Purple encuentra también así –en su redondez, en sus límites claros- lo único que lo hace empalidecer ante otros esfuerzos de otras bandas.

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