"A rainbow in curved air", Terry Riley, 1969, CBS Records

Se llega al tercer álbum de estudio de Terry Riley como al final de una peregrinación a lo largo de la filogenia de la música electrónica: un proceso hacia el origen, hasta la forma basal del género. Eso queda en evidencia ante todo en las secuencias aceleradas que hacen al fondo de los 18:51 (divididos en algo así como los tres movimientos típicos de un concierto: un segmento de tempo rápido hasta los seis minutos y medio, otro más lento hasta los once y, finalmente, otro rápido) que dura la pieza que da nombre al disco, sobre las que Riley improvisa en teclados y percusión, con una atención especial al derbake (algo así como una versión árabe del tabla indostaní) en el tercer movimiento.
Todavía faltaban algunos años para que Tangerine Dream y Cluster elaboraran sobre el procedimiento (o para que The Who lo empleara en "Baba O'Riley"), de modo que en 1969 "A rainbow in curved air" debió sonar como música de otro universo. Por supuesto que había maneras de decodificarlo: saltaba a la vista que Riley había tocado todos los instrumentos y que, por tanto, el disco sólo podía existir en el contexto del estudio. En esa línea de lectura -que tendría algo así como su cenit en "Tubular bells"-, "A rainbow in curved air" podría ser pensado como la culminación de un proceso que había encontrado en The Beatles una visibilidad extraordinaria: aquel que volvía al "álbum", a la música grabada, algo completamente diferente al registro de una actuación en vivo: un objeto sónico que no representaba nada sino que era una cosa en sí. Evidentemente, "A rainbow in curved air" podría ser reconstruido por un grupo de músicos, pero en su concepción, en su origen, en su expresión primera, digamos, está la separación de algo que pueda sonar en el momento, de la sensación instantánea de la música. Pero, a la vez, esa respuesta al instante de una sensibilidad musical aparece, bajo la forma de un proceso improvisacional, de la idea de que Riley o la sensibilidad de Riley "respondió" en la grabación a las sucesivas capas de sonido. Y eso lo convierte, por cierto, en una pieza conceptual compleja.
Las secuencias podrían entenderse como loops especialmente acelerados, lo cual ofrece otra línea de lectura del disco, dada en conexión con más obras de Riley y el minimalismo musical. De hecho, la otra composición del disco (la que ocupa el lado B, titulada "Poppy Nogood and The Phantom Band") es más reconocible dentro de esa estética, y, en sus repeticiones creadas con loops de cinta, guarda una notoria semejanza con el procedimiento generador de "In C" (1963), otra de las piezas más famosas de Riley.
La belleza de "Poppy Nogood and The Phantom Band" es simplemente sobrecogedora, y quizá ofrece el contrapunto oscuro e inquietante a la luminosidad del lado A. Uno de sus mejores momentos está hacia 7:27, cuando se traban entre sí diferentes loops de saxofón, sobre un pulso grave de órgano, o en 15:24, cuando los ecos aprecen multiplicarse de pronto, en un juego asombroso con el tiempo que podría ilustrar a la perfección -sónicamente, es decir- la novela "El mundo de cristal", de J.G.Ballard

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