"Blizzard of Ozz", Ozzy Osbourne, 1980, Jet

Más allá de la parafernalia del lado oscuro que atraviesa tanto su primer álbum solista como la carrera completa -antes y después de "Blizzard of Ozz- de Ozzy Osbourne, hay algo esencialmente ágil, feliz y rockero en el álbum de 1980, un disco en el que la mayor parte de las canciones rockean como pocas. Es posible que cierta tensión entre el hard rock setentero y el heavy metal -que por entonces se hallaba en algo así como su explosión del Cámbrico, con formas que no generarían nuevos géneros y otras que se expanderían en demasiadas variantes- sea lo que vuelve a "Blizzard of Ozz" un disco tan amable con el usuario, tan "pop" si se quiere. Hay, para empezar, un gusto por la melodía que no sólo se debe al oído clásico del maravilloso Randy Rhoads sino al talento como melodista de Osbourne, más evidente en su primer disco solista que en los ocho álbumes que lo tuvieron como vocalista al frente de Black Sabbath, donde buena parte del "estilo" vocal de Ozzy pasaba por la duplicación de las líneas (melódicas y riffs) de la guitarra de Tony Iommi. En "Blizzard of Ozz", en cambio, las melodías vocales parecen haberse liberado, y Osborne queda en evidencia como un escucha atento de The Beatles.
Esa influencia, de hecho, aparece también en momentos instrumentales, como por ejemplo el bellísimo arreglo de sintetizador hacia los 4:44 de "Goodbye to romance", que lleva escrito "BEATLES" en cada nota (del mismo modo que la melodía vocal del estribillo y, bueno, la canción completa).
El lado eminentemente rockero del disco tiene en las dos primeras composiciones su representación más sólida; acaso "Crazy train" sea en ese sentido la quintaesencia del sonido que Osbourne y Rhodes habían encontrado juntos. Pero el álbum es felizmente variado: "Dee", un instrumental de guitarra "clásica" a cargo de Rhodes es una maravilla lírica, perfectamente colocado antes de "Suicide solution", el cierre del lado A y el momento más Black Sabbath de la propuesta.
Pero lo mejor de "Blizzard of Ozz" está al comienzo de la cara B: capas y más capas de sintetizadores empiezan a apilarse y en una introducción con resonancias eclesiásticas y barrocas, interrumpidas de pronto por el núcleo esencial de la banda de hard rock/metal: Rhodes en su sonido más característico, su control absoluto del ritmo y su asombrosa capacidad para desplegarse aquí y allá -de un milisegundo a otro- en fraseos melódicos que se fundieron de inmediato con el ADN del metal y el rock que vendrían.
Pero "Mr. Crowley" se reserva lo más arrebatador para el final, desde el segundo y último interludio instrumental; tanto que cuando Osborne canta por encima de los fraseos de la guitarra no parece sino intentar alcanzar esa cosa sublime de la canción, como si se esforzara por agarrar una joya dispuesta en lo más alto de una estantería a la que sólo llega de puntillas y saltando. Pero, en lugar de alcanzarla él, el que lo hace es el guitarrista, con el mejor solo del disco -y acaso de la década que empezaría pocos meses después de la salida del álbum.
¿Cómo seguir después de semejante bestialidad? "No bone movies" retoma el rock dinámico y entretenido de las dos primeras canciones, pero la sensación inevitable es que ya está, que ya se escuchó todo lo que había para escuchar. En ese sentido, la también sabbathiana "Revelation (mother earth)" se esfuerza por deslumbrar (u oscurecer) y, en su repertorio de sonidos, dinámicas y paisajes, casi, casi lo logra. Si no estuviera allí "Mr. Crowley" quizá sería lo mejor del disco (el piano hacia 3:44 es, sin duda, uno de sus momentos más impresionantes), pero es inevitable sentir que "Revelation" mueve un número enorme de trucos o recursos para lograr lo que "Mr. Crowley" había logrado con un mínimo.
El cierre, "Steal away (the night)", lamentablemente, no está a la altura del resto del álbum, por más que logre funcionar más que bien como un ejemplo de ese hard rock/metal ágil y divertido que tan bien abría el disco.

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