"Morrison hotel", The Doors, 1970, Elektra

El quinto álbum de The Doors parece haber cristalizado en una condición de puente o transición hacia el enfoque más centrado en el blues ("vuelta a las raíces") del último disco con Morrison, que aparecería al año siguiente, pero cabe escuchar sus dos mitades ("Morrison hotel" la del lado B y "Hard rock café" la del A) como un sonido específico, una suerte de hard rock psicodélico cargado de un blues oscuro y por momentos hasta siniestro, como los paisajes apocalípticos que laten detrás de la payasada wah-wah de "Peace frog", que incluye además ese eje de la leyenda morrisoniana concentrado en los versos "indians scattered on dawn's highway bleeding/Ghosts crowd the young child's fragile egghsell mind", después ampliadas en la fascinante "Ghost song" (en "An american prayer", ensamblado en 1978 y el candidato más fácil -e injustamente- esquivado a la hora de pensar en el más bello de los álbumes de The Doors).
Con la excepción de "Blue sunday" (que podría pasar por el momento más flojod el álbum completo), todo el lado de "Hard rock cafe" ofrece, bueno, eso, un lugar cargado de rock. Es evidente el caracter emblemático para la banda de "Roadhouse blues" (sinécdoque eficaz de mi adolescencia) y su efectivísima reunión de las raíces blueseras con el vértigo existencial tan cercano a lo que cabría pensar como la "filosofía" de Morrison ("el futuro es incierto y el fin está siempre cerca") y la onda básica de road movie, con el movimiento del vehículo hecho sonido en el impresionante solo de armónica de John Sebastian y la textura honky tonk del piano percusivo espesando el cuerpo de la canción en el tiempo y la historia de la música americana. Es, qué duda cabe, una obra maestra, inmune a la erosión con la que la amenaza su retorno hitero perpetuo.
Pero sería falso decir que el resto del lado A no está a la altura: basta con escuchar "You make me real" para que regrese ese rock esencial, de un modo acaso más tenue, pero no menos disfrutable, del mismo modo que la imaginería apocalíptica reaparece en el cierre del lado, "Ship of fools", que parece estirarse hasta las stultifera navis de la Edad Media desde una base funky en el bajo (el mejor chiste involuntario de la música de los sesentas aparece cuando algún incauto se refiere a The Doors como "la banda sin bajo") y un precioso momento cinemático y oscuro en el centro ("along came mr.goodtrips / looking for a new ship"), como si hiciera falta demostrar el control absoluto que tenía la banda sobre la dinámica de una canción.
Otro de los momentos especialmente interesantes del lado A está en "Waiting for the sun", un outtake del álbum con ese título y en cierto modo una irrupción algo extraña en el contexto de "Morrison hotel", en tanto la distorsión fuzz en la guitarra y su uso en la textura del riff en las estrofas remite a una época ya pasada para The Doors y no a esa línea que tendía hacia el blues de LA Woman; pero la canción es más de lo que parece a simple vista y justifica esa anomalía sónica.
Después de la solidez rockera del lado A lo que ofrece el B es más sutil, e incluye también una canción del pasado, la sobrecogedora "Indian summer", que remite -y la voz de Morrison lo delata- a las sesiones del primer disco de la banda. Y una vez más: es tan deliciosa la canción que su evidente irrupción no importa.
Otro gran momento del lado B está, qué duda cabe, en "The spy", que enmienda o encauza el lado después después del comienzo algo indeciso (pero no por ello menos interesante) de "Land ho!", que parece remitir al sonido de "The soft parade" o, mejor, a una versión más despojada de lo que pasaba en ese álbum, el único verdaderamente fallido (dejando de lado la pretensión abortada de incorporar "The celebration of the lizard" a "Waiting for the sun") de la discografía de The Doors. "Land ho" es la segunda canción más larga del disco (justamente "The spy", la que lo sigue, es la que se extiende por más tiempo: 4:17), y por momentos parece perder un poco el rumbo (aunque eso, como metáfora metamusical, puede leerse desde la letra de la canción), pero no deja de recuperarse hacia el final (cuando Morrison canta "Well if I get my hands on a dollar bill...").
En cualquier caso, lo mejor del lado B -y también la doble joya oculta del disco- está en "Queen of the higway" y "Maggie M'Gill", donde esa suerte de enfilamiento hacia el blues se aprecia con la mayor claridad aparte de "Roadhouse blues"; de hecho, cualquiera de estas canciones podría haber funcionado perfectamente en "LA Woman", y yo la cambiaría tranquilamente para ese disco con las menos interesantes "Crawling king snake" o "The car hiss by mw window". Esa cosa cinemática de road movie tan presente en la canción que inaugura el disco reaparece claramente hacia 1:06 en "Queen of the highway", y el clima hacia 2:05, cuando arranca un arreglo de guitarra y Morrison canta "Son of a frontier / indian swirl / dancing thru the midnight whirpool formless / hope it can continue a little while longer" para dejar paso al solo de Manzarek, es simplemente estremecedor: puro éxtasis sonoro, tanto que es inevitable desear que siga y siga y por tanto el corte hacia el final parezca no solo arbitrario sino cruel.
El cierre, "Maggie M'Gill" es tenso en su groove básico, y no podría sonar mejor la voz de whisky de Morrison: es que, en realidad, ya está sonando "LA Woman", el futuro es incierto y el fin está cerca. Pero mientras, parece decir el solo de órgano de Manzarek, hay tiempo para convocar llamas y oscuridad con la música. Y, en ese contexto, Morrison ya no es Morrison: es apenas ese fantasma que viene cantando el blues desde que comenzó el mundo. ¿Cómo no ver, entonces, tan clara la mitología de la banda y su momento, inoculada como un virus desde los compases de "Maggie M'Gill"?

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