"Sticky fingers", The Rolling Stones, 1971, Rolling Stones
Sin duda uno de los más grandes álbumes de todos los tiempos, el noveno (UK) o decimoprimero (USA) de The Rolling Stones es, especialmente si lo pensamos en relación al que lo siguió, un gran ejemplo de disco perfecto, cuidadosamente homogéneo (en oposición a literalmente homogéneo) y lo suficientemente narrativo en su deriva de atmósferas y texturas como para sugerir -sin llegar a ser presentable como un álbum conceptual- ese esquivo todo superior a la suma de sus partes. "Exile on main street", por supuesto, queda como el gran ejemplo de disco doble imperfecto, excesivo, marcadamente heterogéneo y genial.
Curiosamente, es dificil decir poco sobre "Sticky fingers" y que ese poco trace una imagen del álbum, acaso porque los Stones, en su mejor momento (entre e incluyendo el último trabajo previo a la partida de Brian Jones y el inmediatamente anterior a la entrada de Ron Wood: es decir, toda la etapa con Mick Taylor o, al menos, o, especialmente, los primeros tres discos con Taylor más "Beggars banquet", aunque esto parece injusto con el maravilloso "Some girls"), siempre son un poco más de lo que parecen ser a simple vista, y se las arreglen para que ese elemento extra permanezca casi todo él del lado del misterio. En cualquier caso, la presencia de Taylor -un virtuoso bluesero, es decir alguien que hace muy bien una cosa sola, en oposición al otro guitarrista de la banda, que hace o hacía bastante bien bastantes cosas- aporta un elemento de refinamiento que si bien por sí solo o en una banda de músicos similares sería trivial o consabido, en el contexto de los otros tres instrumentistas de la banda (cuatro en "Sticky fingers", porque para entonces Jagger ya tocaba guitarra en algunas piezas) suena de una manera potenciada y deslumbrante, casi como si fuese un elemento ajeno al sonido que lo rodea pero que sin embargo logra pactar con este y modificarlo lo suficiente como para que todo brille más. Esto está especialmente marcado en los momentos de mayor despliegue o voluptuosidad instrumental del álbum, como podrían ser "Sway" y "Wild horses", o el solo a la Carlos Santana de "Can't you hear me knocking", pero en cierto modo lo más interesante de "Sticky fingers" no está necesariamente ahí, ni tampoco en los hits más rockeros y clásicos (la magistral "Brown sugar" y "Bitch") sino en los dos (o tres) momentos más atmosféricos y texturados, en particular la -en mi opinión- obra maestra semioculta del disco, precisamente la pieza que lo clausura. Es entonces "Moonlight mile" no sólo una balada bellísima sino además una suerte de momento en que los Stones parecen tocar el uso de lo tímbrico y las tetxuras como un elemento de importancia a la hora de determinar la personalidad de una composición; algo similar ocurre -además de en el sonido de guitarra de "Wild horses", con su afinación Nashville- en los pozos más oscuros de una pieza de por sí oscura como "Sister morphine", otro gran argumento a favor del lado B como el más fascinante del álbum. De hecho, ahí también está "Dead flowers", que en su cosa prístina de country-rock aporta un costado de variedad al álbum y termina por definir esa cosa que llamé "cuidadosamente" homogénea, ya que no sería cierto decir que todo el disco suena igual, pero tampoco lo es que suena realmente distinto. La variación es siempre sutil, y cada canción parece abarcar un territorio ligeramente distinto sin dejar de apoyar su centro de gravedad o su corazón en una zona común a todas las partes del disco (acaso la excepción, por muy poco, sea justamente "Moonlight mile", que es la única en la que lo atmosférico y las texturas parecen casi más importantes que la melodía, el ritmo, la armonía y la letra). De hecho, se podría trazar una suerte de mapa o carta de "Sticky fingers" en la que ciertas piezas sirvan de puntos extremos... para entender que, en rigor, todas sus canciones parecen reclamar esa función. Así, conviven el canturreo alcohólico de "You gotta move" (no en vano la más breve del álbum) con la melancolía al borde del delirio (un delirio melancólico, un delirio de melancolía, se entiende) de "I got the blues", la fragilidad de hielo de "Moonlight mile" con la potencia de los bronces en "Bitch", la luminosidad entre irónica y resignada de "Dead flowers" con la oscuridad de "Sister morphine".
Curiosamente, es dificil decir poco sobre "Sticky fingers" y que ese poco trace una imagen del álbum, acaso porque los Stones, en su mejor momento (entre e incluyendo el último trabajo previo a la partida de Brian Jones y el inmediatamente anterior a la entrada de Ron Wood: es decir, toda la etapa con Mick Taylor o, al menos, o, especialmente, los primeros tres discos con Taylor más "Beggars banquet", aunque esto parece injusto con el maravilloso "Some girls"), siempre son un poco más de lo que parecen ser a simple vista, y se las arreglen para que ese elemento extra permanezca casi todo él del lado del misterio. En cualquier caso, la presencia de Taylor -un virtuoso bluesero, es decir alguien que hace muy bien una cosa sola, en oposición al otro guitarrista de la banda, que hace o hacía bastante bien bastantes cosas- aporta un elemento de refinamiento que si bien por sí solo o en una banda de músicos similares sería trivial o consabido, en el contexto de los otros tres instrumentistas de la banda (cuatro en "Sticky fingers", porque para entonces Jagger ya tocaba guitarra en algunas piezas) suena de una manera potenciada y deslumbrante, casi como si fuese un elemento ajeno al sonido que lo rodea pero que sin embargo logra pactar con este y modificarlo lo suficiente como para que todo brille más. Esto está especialmente marcado en los momentos de mayor despliegue o voluptuosidad instrumental del álbum, como podrían ser "Sway" y "Wild horses", o el solo a la Carlos Santana de "Can't you hear me knocking", pero en cierto modo lo más interesante de "Sticky fingers" no está necesariamente ahí, ni tampoco en los hits más rockeros y clásicos (la magistral "Brown sugar" y "Bitch") sino en los dos (o tres) momentos más atmosféricos y texturados, en particular la -en mi opinión- obra maestra semioculta del disco, precisamente la pieza que lo clausura. Es entonces "Moonlight mile" no sólo una balada bellísima sino además una suerte de momento en que los Stones parecen tocar el uso de lo tímbrico y las tetxuras como un elemento de importancia a la hora de determinar la personalidad de una composición; algo similar ocurre -además de en el sonido de guitarra de "Wild horses", con su afinación Nashville- en los pozos más oscuros de una pieza de por sí oscura como "Sister morphine", otro gran argumento a favor del lado B como el más fascinante del álbum. De hecho, ahí también está "Dead flowers", que en su cosa prístina de country-rock aporta un costado de variedad al álbum y termina por definir esa cosa que llamé "cuidadosamente" homogénea, ya que no sería cierto decir que todo el disco suena igual, pero tampoco lo es que suena realmente distinto. La variación es siempre sutil, y cada canción parece abarcar un territorio ligeramente distinto sin dejar de apoyar su centro de gravedad o su corazón en una zona común a todas las partes del disco (acaso la excepción, por muy poco, sea justamente "Moonlight mile", que es la única en la que lo atmosférico y las texturas parecen casi más importantes que la melodía, el ritmo, la armonía y la letra). De hecho, se podría trazar una suerte de mapa o carta de "Sticky fingers" en la que ciertas piezas sirvan de puntos extremos... para entender que, en rigor, todas sus canciones parecen reclamar esa función. Así, conviven el canturreo alcohólico de "You gotta move" (no en vano la más breve del álbum) con la melancolía al borde del delirio (un delirio melancólico, un delirio de melancolía, se entiende) de "I got the blues", la fragilidad de hielo de "Moonlight mile" con la potencia de los bronces en "Bitch", la luminosidad entre irónica y resignada de "Dead flowers" con la oscuridad de "Sister morphine".
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