"Young americans", David Bowie, 1975, RCA
¿Hay un momento de reinvención más violenta en la carrera de Bowie que el que tiene a su noveno álbum de estudio como emblema? Quizá sí (el de 1983), o quizá no sea tan dificil señalar continuidades más o menos evidentes ("1984" en "Diamond Dogs", la gira que quedó recogida en "David Live" y "Cracked Actor"), pero para quien Bowie significó ante todo glam rock -ese primer momento, digamos, de la fascinación por su música: en mi caso lo primero que escuché con devoción fue el compilado "The best of David Bowie (1968-1974)", y de ahí a "The rise and fall..."- no cabe duda que disfrutar "Win" y "Right" representa una prueba a superar. Por supuesto: pasada la exploración completa de la discografía (y ahora tristemente podemos decir "completa") las canciones recién mencionadas cobran un espesor diferente. Y ahí es donde opera uno de los grandes logros del álbum: ya no el ejercicio musical de tocar soul sino, precisamente, el ejercicio conceptual de tocar soul. Curiosa(o genial)mente, Bowie señaló que lo artificial no era lo nuevo, el soul de Filadelfia y el R&B, sino más bien lo anterior: el rock protopunk de The Spiders from Mars y toda la cosa rockera asociada. "No soy un rockero", diría Bowie, "siempre me gustó el soul".
En cierto sentido ahí lo que aparece es una continuidad, no tanto un quiebre. Si Bowie había simulado antes ser un rockero, ¿cómo no pensar que simulaba ahora ser un cantante soul? Es inevitable pensar en términos de "soul de ojos azules", con sus cantantes blancos que tocan música "negra" (el término fue usado por primera vez para referirse a The Righteous Brothers) y, por tanto, otro nivel de apropiación y recreación. Si Bowie había hecho rock "de plástico" -artificial, teatral, paródico, entrecomillado- ahora haría "plastic soul"; si lo simulado anteriormente era el desenfreno, la energía, todo lo que quepa asociar al "rock", ahora, ante todo, se simulaba una emotividad, como un androide programado para demostrar sentimientos. Plástico por todas partes.
Que el disco funcione tan bien en tanto soul, entonces, es especialmente interesante, como si se aplaudiera la habilidad de Bowie en tanto actor, en tanto simulador. Así, además de las ya mencionadas "Win" y "Right" hay que pensar en el impresionante funk protodisco de "Fascination" y la deliciosa "Can you hear me", con el momento casi empalagoso pero brillante de "Somebody up there likes me" y la concentración pop en "Young americans".
Sin embargo, hay algo extraño en el disco. Tras las primeras sesiones de grabación y una primera propuesta estructural (que sería editada en 2016 bajo el título de "The gouster") Bowie decidió incorporar material vinculado a una improvisación de estudio con John Lennon, y así fue que se dio forma a "Fame", el primer hit de Bowie en Estados Unidos y -junto a "Stay", del álbum que seguiría a "Young americans"- su mejor trabajo en la línea de "riff como contrapunto". Sin duda que el aporte de Carlos Alomar -un músico con una comprensión sobrenatural del ritmo- es fundamental aquí, pero la manera en que la canción queda planteada desde y en torno al riff es maravillosa.
Junto a "Fame" fue grabado un cover de "Across the universe", generalmente pensado como uno de los peores momentos de la discografía de David Bowie. Sin embargo, esta idea sin duda aparece en tanto opera una comparación con el original, no necesariamente en términos de excelencia instrumental (en tanto guitarrista, Alomar tenía más credenciales de virtuoso que Lennon o Harrison) sino de banalización de un significado altamente espiritual. Ahora bien, si tomamos ese "significado" como una banalidad más, la apropiación de Bowie de la canción en el contexto de un disco que hace del artificio y la impostura su espina dorsal, sin duda gana otro espesor.
Comentarios
Publicar un comentario