"String Quartets", Maurice Ravel, Gabriel Fauré, 1903, 1924, versión de Ad Libitum Quartet, 2000, Naxos
Uno de los momentos musicales más hermosos que encuentro mirando mi colección de CDs aparece con el segundo movimiento del cuarteto de cuerdas en fa mayor de Maurice Ravel. La versión que tengo -físicamente; en digital encuentro algunas más, incluyendo acaso la mejor, la del Emerson Quartet- pertenece a un disco del sello Naxos, que incluye además el cuarteto en mi menor op.121 de Fauré. Es un par interesante: un precursor (aunque el cuarteto en sí es posterior al de Ravel: por 20 años) y una de las cimas de un lenguaje musical dado, el francés finisecular o del siglo XX temprano, que encuentra en las sonoridades del cuarteto de cuerdas tanto una marca de austeridad como un punto de partida para una voluptuosidad posible.
Me interesa más en este momento referirme al cuarteto de Ravel y a ese mencionado segundo movimiento. La obra fue escrita en 1903, cuando el compositor contaba apenas con 28 años, y estrenada al año siguiente. El molde clásico está respetado: un primer movimiento en forma de sonata, un scherzo como segundo, un tercero más lento y melancólico, y un final que recapitula temas que sonaron anteriormente.
En cuanto al primer tema del primer movimiento, es sin duda uno de los momentos más sugerentes de la composición completa, con su movimiento desencajado y su melodía difusa, y sólo es desplazado a lo largo del cuarteto por un momento aún más fascinante: al comienzo del segundo movimiento oimos un tema tocado con pizzicato, tenso y esquemático en su melodía, para que pronto se despegue de este contexto un violín que ofrece una variante expandida -más melodiosa, más curvilínea- de esa melodía propuesta al comienzo. En las sonoridades contrastantes del violín libre y las cuerdas en pizzicato queda dispuesta una textura bellísima, casi de ensueño, que hace a lo que a mí gusto es el principal lugar de interés del cuarteto, que desplaza la atención del oyente a lo tímbrico e introduce esa cualidad en el contexto de una suerte de narrativa, de una suerte de "liberación" del sonido desde la cosa más percusiva y apagada del pizzicato a la expansión del violín tocado con el arco. Incluso la relación entre la melodía tocada en pizzicato con la desplegada por el violín que emerge parece hacerse cargo de esa diferencia tanto técnica (a la hora de tocar) como tímbrica, y parece incluso alcanzar una suerte de discurso metamusical. Es, además, una suerte de referencia a la música balinesa de gamelán, que había impresionado tanto a Debussy años atrás y que, en el relato más común del proceso de la música del siglo XX, resultó absolutamente fundamental (para el minimalismo posterior, por ejemplo).
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