"Incesticide", Nirvana, 1992, DGC

Lo primero que llamó mi atención desde "Incesticide" y se las arregló para convertirse en el núcleo de mi imagen mental del álbum fue su arte de tapa (del que ahora, lo confieso de rodillas y con las muñecas atadas, tengo una espantosa versión verdosa y argentina). Se dice que Cobain aceptó lanzar un compilado de lados B, rarezas y transmisiones radiales por que se le permitió encargarse él mismo del arte, y de alguna manera le funcionó: para mí, por mucho tiempo, Nirvana no fue el pop punk perfecto de "Nevermind" sino, más bien, la pareja de homúnculos (y la amapola) de la tapa de "Incesticide": algo ominoso (familiar e inquietante), algo mínimo, algo ligeramente grotesco y a la vez increíblemente expresivo, como un cuadro de El Bosco hecho por y para niños malignos y mutantes. Quizá por ahí, pensaba, había que entender la música. También es cierto -como dije en una reseña hace unos días- que por cierto tiempo usé "Incesticide" como si fuera...