"Dirt", Alice in chains, 1992, Columbia

Después de que Guns'n'roses señalara la marca más alta para el hard rock/glam metal ochentoso -y lo condenara a muerte- con "Appetite for destruction" (1987) el metal se asentó en la diversidad de géneros que dura hasta el día de hoy mientras la corriente principal del rock (y algo así como su estética dominante) encontraba en un conjunto de bandas emergentes de Seattle -Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, Alice in chains- un corazón para la sensibilidad musical de la primera mitad de la década de 1990. Algunas de estas bandas exhibían una marcada filiación punk y hardcore (Nirvana), otras incorporaban elementos de rock clásico setentero (Pearl Jam) y quedaba cierto lugar para reciclar lo que no muchos años atrás hubiese sido la base de una banda metalera y, camisas de tartán mediante, ofrecerlo como "música alternativa" o como "grunge". Así, Soundgarden se acercaba al doom metal de raíz sabbathiana y Alice in chains ofrecía una mezcla discreta -digamos también "amigable"- de heavy y trash, con algunos elementos de groove. Esto no quiere decir que fuera una banda formulaica: por el contrario, su sonido era completamente distintivo y único, apoyado primero que nada en las texturas generadas por las voces de Layne Staley y Jerry Cantrell cantando en armonía sobre un sonido denso y riffero de guitarras con distorsión compacta.
Su segundo disco, además, pertenece a lo mejor de su década, y para apreciarlo basta con fijarse en la serie a prueba de balas de canciones del comienzo ("Them bones", con su compás de 7/8 y su riff casi cromático, "Dam that river" y su riff aplastante en 6/4, el mismo compás de "Rain when I die, uno de los mejores estribillos del álbum).
Pero se trata, ante todo, de un disco oscuro, incapaz de sonreír para las fotos. El cierre, de hecho, con "Angry chair" y "Would?", dos pequeñas obras maestras amargas, no deja mucho espacio para respirar. Quizá, además, esté "Would?" en el lugar de la mejor de las composiciones, o, en todo caso, lo mejor hecha la excepción de "Down in a hole", su canción más emblemática, la menos directamente agresiva y a la vez la más desolada. Tanto los arreglos de guitarra como la armonía en las dos voces de las estrofas son de una belleza imposible de ignorar.
El álbum está notoriamente pensado con la lógica del CD; así, en lugar de dos zonas diferenciadas (las correspondientes a cada uno de los lados del vinilo), hay algo así como tres áreas básicas: la primera va desde el comienzo hasta "Down in a hole" y la última arranca en "Hate to feel" (acaso la más cercana a lo que terminó por asimilarse al grunge) y cierra con "Would?". En el centro queda un repertorio variado, quizá no tan impecable como las otras siete canciones, pero no por ello menos interesante; allí está "Rooster", por ejemplo, con su paisaje sonoro de desierto americano explorado por trailers de patanes white trash, y también "Junkhead", una canción poco notable hasta que, en 2:49, comienza el que acaso sea el mejor arreglo de guitarra del disco completo.
Curiosamente la canción que da nombre al disco no es de las mejores, aunque su movimiento de power chords en las estrofas tiene algo de dinosaurio agonizando en un pozo de brea. Hay también alguna que otra curiosidad, como los cuarenta y tres segundos más bien noise de "Iron gland", que parodian la introducción de "Iron man", de Sabbath, o estribillos especialmente bien logrados -los de "God smack" y "Sickman".

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