"Beat", King Crimson, 1982, E.G.
Acaso el noveno álbum de estudio de King Crimson sea efectivamente una versión un poco más ligera -pop, si se quiere- de su predecesor, "Discipline" (1981), pero cabe pensar que en esa apuesta por un sonido menos arduo pueda leerse una verdadera exploración de un territorio poco transitado por la banda. También es cierto que las mejores piezas de "Beat" son aquellas que más cercanamente dialogan con o continuan las del álbum anterior, y así que el disco comience con "Neal and Jack and me", con sus complicados patrones de guitarras que arpegian en un polímetro de 7/8 y 5/4, que ese mismo lado A incluya cerca de su final un instrumental titulado "Sartori in Tangier" (después de que en "Discipline" apareciera otra pieza también instrumental y titulada "The sheltering sky", estableciendo una línea temática que bebe de la obra de Paul Bowles en particular y la generación beat en general, con obvias referencias en "Beat" a las novelas de Jack Kerouac y el más célebre poema de Allen Ginsberg) y que el B arranque con el impresionante paisaje sonoro de "Neurotica", que parece continuar la recreación de locura urbana de "Thela hun ginjeet" fundida con los experimentos métrico-caóticos de "Indiscipline", sin duda habla de la extensión de un proyecto y del refinamiento de ciertos procedimientos, que donde pierde en inmediatez gana sin duda en precisión y puntería.
Pero está en las canciones más abiertamente pop la verdadera "novedad" -aunque algo a lo que llamar un precedente aparecía en "Matte kudasai"- de "Beat"; lo de "pop" por supuesto es relativo, porque las canciones no están libres de ciertas complejidades, pero parece claro que "Heartbeat" y "Two hands", así como también, un poco en menor medida, "Waiting man", con su cercanía la consabida "canción de amor", apuestan por una forma de escucha diferente a, pongamos, la ardua y deslumbrante "Discipline" que cerraba el álbum del mismo nombre.
Quizá esa apuesta por el pop y por piezas más cercanas al formato canción haya colaborado a hacer que "Beat" incluya las mejores performances vocales de Adrian Belew: las ya mencionadas "Two hands", "Neurotica" y "Heartbeat" sin lugar a dudas lo señalan como uno de los mejores -en técnica y emotividad- vocalistas asociados a una banda en la que nunca se confió en un cantante que no tocara además un instrumento.
Cierta apuesta por ritmos no tan comunes -con un guiño a la "world music" que también cabe rastrear hacia "Discipline" y que sin duda se vinculan a la fértil escena neoyorquina de fines de los setentas y principios de los ochentas- hace más denso el interés de algunas piezas, "Waiting man" y "Sartori in Tangier" por ejemplo, y si bien el disco prescinde de otra instrumentación -hecha la excepción de la percusión- que no sea bajo, chapman stick y guitarras, el ímpetu experimental de Belew en cuanto a los sonidos que saca de su instrumento y el talento asombroso de Tony Levin en bajo y stick hacen que el disco no resulte reiterativo en cuanto a sus texturas y sonoridades.
Acaso lo más flojo de "Beat", en última instancia, esté en "The howler", que ofrece de todas formas algún punto de interés, como el cambio de ritmo y tono pasada la segunda mitad y su cacofonía noise -libre de las pretensiones miméticas de "Neurotica"- hacia el final; del mismo modo, "Requiem" -tanto en la versión original como en la extendida disponible en el maravilloso remaster/remezcla de Steven Wilson- puede pensarse como lo más cerca que estuvo King Crimson de ofrecer una pieza ambient basada en loops, en la que hacia la mitad irrumpe -a la manera de trabajos fundacionales como "(no pussyfooting)" o "Evening star", de Eno y Fripp- un llamativo solo de guitarra y, mas hacia el final, una bateria cuasijazzera y otra zona caótica/noise que termina por redondear al final de "Beat" como una pieza de interés, acaso menor a otros grandes instrumentales de la banda en sus otras encarnaciones ("Providence" o "Starless and bible black", o "The sheltering sky" y la inquietante -y mi favorita- "The talking drum").
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