"Music has the right to children", Boards of Canada, 1998, WARP/Matador
Desde lejos seguramente el primer álbum de Boards of Canada parezca una suerte de formateo un poco más pop -o menos ambient y experimental- del momento fundacional a nivel sonoro del IDM (ya que a nivel de género lo fue el compilado "Artificial intelligence", de 1992), "Selected ambient works 85-92" (1992), en el sentido de que procede a crear enunciados un poco más user-friendly desde el lenguaje propuesto por el álbum de Aphex Twin. Y de hecho no se trata de una perspectiva desatinada, en tanto a las estructuras y programaciones específicas del trabajo seminal recién nombrado se le aporta aquí una construcción de atmósferas más emotiva (o una emotividad más inemediata) y no pocos ganchos melódicos. Pero esto no quiere decir que a "Music has the right to children" le falte interés o densidad; por el contrario: el reformateo o reescritura de propuestas más radicales y arduas está en la esencia misma del proceso creativo del pop, y además no es dificil pensar que los instrumentales de "Low" o "Heroes" -por poner ejemplos sencillos e inmediato- logran alcanzar un esplendor que no se despliega tan fácilmente desde "Zuckerzeit", "Radioactivity" o "Phaedra", por comparar una inspiración de segunda mano (la de Bowie, digamos) con una más cercana a la de primera (la de Cluster, Kraftwerk y Tangerine Dream).
De hecho, si Boards of Canada se propuso crear para su primer disco una electrónica que ofreciera elementos de interés a nivel de sonido y texturas, más allá del impulso de bailar ("música electrónica para escuchar" decía la portada de "Artificial intelligence"), y que al hacerlo ofreciera momentos de singular belleza melódica y de paso emocionantes, el resultado es un logro artístico notable. Esto es especialmente notorio tanto en las piezas más pop -como la bellísima "Aquarius", que también fue editada a modo de EP- como en las más ambient -y "Rue the whirl", con su loop incesante pautado por una percusión programada en 4/4- es acaso la mejor-, así como también en las que superponen una capa pop a un fondo ambiental oscuro e inquietante -"Smokes quantity".
El primer tercio del disco, además, propone una pauta estructural que luego es complicada en dos esquemas más o menos diferenciables para los tracks 7-12 por un lado y 13-18 por el otro. Así, esa primera división intercala piezas breves o de transición a otras más largas, generalmente más densas en la programación del ritmo y de paso más melódicas, mientras que los otros dos tercios ofrecerán el mismo intercalamiento de piezas breves y largas pero desde arreglos de dos composiciones de una clase yuxtapuestos a dos o tres de la otra (como sucede con los tracks 8-10, breves pero alargándose uno tras otro, seguidos de los 11-12, que rebasan ambos los cinco minutos) o proponiendo una suerte de híbrido entre ambas pautas, muy notoriamente en la ya mencionada "Smokes quantity" y también en "Roygbiv". En general, de todas formas, las piezas breves son más ambientales (si bien están hechas de la misma sustancia que las otras: sampleos de canciones y diálogos, programaciones y secuencias, fragmentos de melodías) y fragmentarias, y entre ellas acaso las más fascinantes sean "Kaini industries" y la ya mencionada "Roygbiv", mientras que las más extensas terminan por ofrecer melodías más fácilmente silbables o tarareables y por tanto más amables con la memoria del oyente, a la vez que -por su mera longitud- una serie de paisajes sonoros más variados y sorprendentes. Pero sería erróneo pensar que es en estas últimas donde aparece lo mejor del álbum: en realidad, lo ofrecido en "Music has the right to children" es brillante de comienzo a fin, y en más de un caso se configura la sensación de que una pieza larga de alguna manera es elaborada "sobre" o "por encima" del ambiente propuesto por su predecesora más breve. En ese sentido, el disco completo fluye y progresa como una pieza única, por más que diferentes miradas podrían recortarlo en un número variable de piezas (y digo variable porque no necesariamente la disposición definitiva parece ser la del recorte en pistas del CD original); así, "Turquoisie hexagon sun", por dar un ejemplo, podría perfectamente separarse en los primeros tres cuartos de su extensión y un cuarto final. De alguna manera, entonces, la música ofrecida en "Music has the right to children" parece interminablemente explorable, como un fractal sobre el que cabe hacer zoom tras zoom para seguir encontrando las mismas pautas y la misma belleza.
De hecho, si Boards of Canada se propuso crear para su primer disco una electrónica que ofreciera elementos de interés a nivel de sonido y texturas, más allá del impulso de bailar ("música electrónica para escuchar" decía la portada de "Artificial intelligence"), y que al hacerlo ofreciera momentos de singular belleza melódica y de paso emocionantes, el resultado es un logro artístico notable. Esto es especialmente notorio tanto en las piezas más pop -como la bellísima "Aquarius", que también fue editada a modo de EP- como en las más ambient -y "Rue the whirl", con su loop incesante pautado por una percusión programada en 4/4- es acaso la mejor-, así como también en las que superponen una capa pop a un fondo ambiental oscuro e inquietante -"Smokes quantity".
El primer tercio del disco, además, propone una pauta estructural que luego es complicada en dos esquemas más o menos diferenciables para los tracks 7-12 por un lado y 13-18 por el otro. Así, esa primera división intercala piezas breves o de transición a otras más largas, generalmente más densas en la programación del ritmo y de paso más melódicas, mientras que los otros dos tercios ofrecerán el mismo intercalamiento de piezas breves y largas pero desde arreglos de dos composiciones de una clase yuxtapuestos a dos o tres de la otra (como sucede con los tracks 8-10, breves pero alargándose uno tras otro, seguidos de los 11-12, que rebasan ambos los cinco minutos) o proponiendo una suerte de híbrido entre ambas pautas, muy notoriamente en la ya mencionada "Smokes quantity" y también en "Roygbiv". En general, de todas formas, las piezas breves son más ambientales (si bien están hechas de la misma sustancia que las otras: sampleos de canciones y diálogos, programaciones y secuencias, fragmentos de melodías) y fragmentarias, y entre ellas acaso las más fascinantes sean "Kaini industries" y la ya mencionada "Roygbiv", mientras que las más extensas terminan por ofrecer melodías más fácilmente silbables o tarareables y por tanto más amables con la memoria del oyente, a la vez que -por su mera longitud- una serie de paisajes sonoros más variados y sorprendentes. Pero sería erróneo pensar que es en estas últimas donde aparece lo mejor del álbum: en realidad, lo ofrecido en "Music has the right to children" es brillante de comienzo a fin, y en más de un caso se configura la sensación de que una pieza larga de alguna manera es elaborada "sobre" o "por encima" del ambiente propuesto por su predecesora más breve. En ese sentido, el disco completo fluye y progresa como una pieza única, por más que diferentes miradas podrían recortarlo en un número variable de piezas (y digo variable porque no necesariamente la disposición definitiva parece ser la del recorte en pistas del CD original); así, "Turquoisie hexagon sun", por dar un ejemplo, podría perfectamente separarse en los primeros tres cuartos de su extensión y un cuarto final. De alguna manera, entonces, la música ofrecida en "Music has the right to children" parece interminablemente explorable, como un fractal sobre el que cabe hacer zoom tras zoom para seguir encontrando las mismas pautas y la misma belleza.
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