"Bridges to Babylon", The Rolling Stones, 1997, Virgin

Después de una década tenebrosa, en los noventas The Rolling Stones protagonizaron el consabido regreso con dos álbumes pensables como opuestos y, si se quiere, complementarios. "Voodoo lounge" (1994) ofreció el lado digamos más clásico del sonido de la banda y sonó relajado, amigable con los fans y, digámoslo, una apuesta segura bien cumplida; "Bridges to Babylon", en cambio, permanece como la movida más arriesgada, acaso menos satisfactoria en cuanto a nivel general (especialmente para los fans más puristas) pero más interesante por contener canciones en las que la -y ahora es fácil percibirla como algo envejecido, algo "de época"- experimentación con la electrónica, el sampleo y alguna que otra sonoridad hip hop parecen apuntar a unos Stones (¿o es Jagger?) más ansiosos e inquietos, más proclives a buscarse contemporáneos, acaso "modernos".
Esto es especialmente notorio en "Gunface", que además de una entonación digamos "rapeada" aquí y allá ofrece unas guitarras cuya distorsión suena a cualquier cosa menos a un disco de The Rolling Stones, en particular hacia el puente (2:35), con su agregado de texturas en sintetizador que desemboca en uno de los tres o cuatro grandes momentos del álbum. Esta línea más arriesgada es notoria también en "Might as well get juiced", que incluye (además de un efecto de interés en la voz de Jagger, una base de batería en tempo relativamente lento sumada a una secuencia vintage en términos de música electrónica y de la mejor entrada del bajo en todo el álbum) otro de esos momentos brillantes en su solo de armónica, que por momentos parece resonar con el reverb de la versión de Zeppelin de "When the leevee breaks", sólo que agitando los brazos para no ahogarse en la marea de secuencias y sintetizadores apenas ordenados por el pulso firme de la batería.
Otra canción de especial interés es "Out of control", de las más oscuras del disco (y que, por cierto, se beneficia especialmente del solo de trompeta en las versiones en vivo) y hay que referirse además a "Anybody seen my baby", que si bien no es la más interesante de las canciones que buscan un sonido no tan Stone logra un clima tenso y se permite incluso un interludio rapeado.
El álbum tiene un lado digamos "clásico" también, pero canciones como "Flip the switch", "Low down" y "Too tight" no logran superar una suerte de nivel medio para la banda (lo cual no es decir poco en cuanto a artesanado, por supuesto) y, en cualquier caso, resultan interesantes precisamente cuando se permiten, aquí y allá, alguna textura o sonoridad no tan consabida. Eso, precisamente, es lo que rescata "Saint of me" de convertirse en la quintaesencial canción trademarkeada.
Dejando de lado "Always suffering", quizá lo peor del disco, podemos pasar a las tres canciones cantadas por Richards; así, "You don't have to mean it" logra ofrecer algún asunto de interés -una vez más en la producción, en las sonoridades incorporadas- pese a su reggae de pacotilla, aunque, notoriamente, la mejor de este grupo de canciones es "Thief in the night", que pese a ser un notorio ejemplo de todo lo que cabe asociar a Richards en cuanto a composición logra subir rápidamente hasta lo mejor del disco (y lo mejor de la década para la banda, como pasaba con "Thru and thru" en "Voodoo lounge").
Curiosamente, y como pasaba con el álbum de 1994, "Bridges to Babylon" no logra despedirse con una canción de calidad, y suena al final una fruslería de Richards, completamente olvidable salvo por el bellísimo solo de saxofón soprano (a cargo de Wayne Shorter).
Por último, es posible que, en términos de composición, "Already over me" no esté a la altura de su lugar equivalente en "Voodoo Lounge" (es decir "Out of tears": la canción lenta emblemática del álbum), pero en la texturas aportadas por la guitarra dobro hay, sin duda, un momento de interés.

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