"The mask and mirror", Loreena McKennitt, 1994, Warner Bros


Hace muchos años le regalé una copia en CD de "The mask and mirror" a un amigo, fan de Enya y escritor de ciencia ficción. Un par de días después hablamos por teléfono y, cuando le pregunté si le había gustado el disco, me dijo, con voz de aburrido, que estaba "bastante bien" porque era una "Enya acústica". Quizá la comparación entre la canadiense y la irlandesa era (es) inevitable, y no en vano ambas han sido incluidas en -y propuestas en lugares digamos centrales para- en esa cosa extraña y molesta llamada "música new age", que a la vez puede incluir propuestas tan diferentes como "The Köln Concert" (1975) de Keith Jarrett, "The inner mounting flame" (1971) de Mahavishnu Orchestra, el lado C de "Electric Ladyland" (1969) de The Jimi Hendrix Experience, buena parte de "Another green world" (1975) y todo "Lux" (2012), de Brian Eno, por nombrar ejemplos digamos "ilustres". Sin embargo, es justamente esa cualidad que mi amigo llamó "acústica" lo que implica una diferencia fundamental; "new age" aparte, "The mask and mirror" es un álbum deliciosamente rico en texturas instrumentales, y es imposible no reparar en la increíble performance vocal de McKennitt, canción tras canción, estrofa tras estrofa. Es proverbial hablar de la "frialdad" en la música de Enya; quienes pacten con esa estimación encontrarán sin duda a la música de Loreena McKennitt mucho más cálida e intrincada.
El librillo del álbum señala que las composiciones que incluye deben su concepción a un viaje de la autora por España; a partir de ahí cabe pensar que hay cierta apelación -acaso inevitable- al cliché orientalista (en el sentido de Edward Said), especialmente visible en la bellísima canción "Marrakesh night market", que incluye percusiones marroquíes para un efecto no muy diferente a lo que buscaban más o menos al mismo tiempo Jimmy Page y Robert Plant en las secciones "orientalistas" de su álbum "Unledded" (1994), que sonaban con una banda de cuerdas marroquí y una orquesta egipcia y lograron renovar significativamente un clásico como "Kashmir". En cualquier caso, es imposible no conmoverse con la voz y la performance de McKennitt y la preciosa melodía de los estribillos.
Sin duda que hay un precepto digamos humanista detrás del álbum, basado en la idea de "impresión en el alma individual de la artista de sus experiencias viajando físicamente por tierras exóticas y mentalmente por tiempos pasados", y si lo escuchamos en ese contexto (similar a la desestimación de Enya como "fría y tecnológica") cabe pensar que su mejor momento es la impresionante "The bonny swans", pastiche de varias murder ballads inglesas rastreables hasta el siglo XVII, donde además de las percusiones de cercano oriente y el trasfondo folk inglés (al que es fácil asociar al apego por lo "celta" tan notorio en la discografía de McKennit) se suman solos y riffs de guitarras con overdrive; curiosamente -o como evidencia del talento de la canadiense-, todo funciona más que bien y la canción abunda en climas y momentos sobrecogedores.
Es interesante también la capa "literaria" del disco; así, tanto "The dark night of the soul" (acaso la más "acústica" de las composiciones) como "Cé Hé Mise le Ulaingt?/The Two Trees" (donde lo "celta" estalla en una intro de hurdy-gurdy que se vuelve lo más interesante de la canción) y "Prospero's speech" (sin duda el momento más oscuro e inquietante del disco, apoyado en sintetizadores y en armonías escalofriantes) retoman textos canónicos (San Juan de la Cruz, William Butler Yeats y Shakespeare, respectivamente).
"Santiago" es el momento más cinemático del álbum y otro uso bien aceitado de percusiones y cuerdas de medio oriente; sus pasajes instrumentales logran siempre llevar la canción hacia una zona más intensa y conmovedora que lo precedente, estallada y potenciada de pronto por cada reaparición de la melodía vocal tarareada, como si el crescendo pudiese sostenerse indefinidamente.
Si bien cabe destacarlo por su uso sutil de hurdy-gurdy y el sonido de los sintetizadores, "Full circle" podría ser el momento menos interesante del disco (y de paso el más Enya).
El álbum, por cierto, abre especialmente bien con "The mystic's dream": un paisaje mínimo de sintetizadores ominosos y la voz de McKennit bosquejando melodías, las flautas que van sumándose, algunos toques de percusión y de pronto, en 1:05, la irrupción de un coro pseudogregoriano, para que después de que se sume McKennitt (y parezca encauzar su búsqueda melódica del comienzo a lo pautado por el coro) la percusión orientalista inaugure la canción propiamente dicha. De hecho, "The mystic's dream" reune casi todo lo que vendrá después en el álbum: la estética orientalista apoyada en la percusión, el trasfondo inquietante en los sintetizadores, las melodías vocales sobrecogedoras y los instrumentos acústicos de una tradición más celta y europea, en este caso hurdy-gurdy, balalaika y bouzouki.
Quizá todo sea un poco de mentira, quizá quien rasque encontrará lugares comunes, quizá todo lo peor de la new-age aparece en este disco, pero ¿qué importa? Las canciones son bellísimas, el sonido es impecable y McKennitt no puede dejar de emocionar al oyente apenas empieza a cantar.

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