"Kind of bloop", Andy Baio y V.A., 2009
Probablemente no habría sido fácil encontrar en la era de las computadoras y consolas de 8 bits un juego o programa que sonase con una polifonía tan notoria y compleja como la de "Kind of bloop: an 8-bit tribute", el proyecto de Andy Baio llevado a cabo desde Kickstarter e interpretado por cinco músicos especializados en el sonido de 8 bits. Pero la cosa, evidentemente, no pasa por forma alguna de autenticidad o simulacro convincente, sino más bien por la recreación en sonidos ajenos a los consabidos de un clásico del jazz. Y no cualquier clásico del jazz: "Kind of blue" es probablemente el disco arquetípico del género y en su melancolía musical parece un ejemplo perfecto del "alma" en la música. ¿Qué significa entonces reproducirlo casi nota a nota (aunque hay, aquí y allá, momentos en "Kind of bloop" que sirven como improvisaciones o variaciones sobre lo que suena en su referente) con las texturas y timbres de un NES o una Commodore 64? Quizá debamos descartar el simulacro: es decir, no estamos ante una versión de "Las variaciones Goldberg" en la que una computadora -como en la fascinante propuesta de Zenph estudios- recrea los matices de la interpretación humana y ofrece algo virtualmente indistinguible de -en una suerte de test de Turing musical- de lo que salió de las manos, la mente y los oídos de Glenn Gould y Bach. En efecto: "Kind of bloop" juega a cualquier cosa menos a parecerse a "Kind of blue"; por el contrario, lo que hace es llevar una diferencia específica -la del sonido en sí, no la de la armonía o la melodía- al primer plano y plantear ahí su significado; claro que se trata, en última instancia, de música MIDI y no de una interpretación en vivo, pero en los matices de tempo y en las síncopas adecuadamente reproducidas no hay por qué leer una exclusión engañosa de lo humano (como si pasa en el caso del Gould de Zenph Studios), sino, en todo caso, un androide que no intenta pasar por humano y adelanta su condición hasta la vista de todos.
Así, en "Freddie freeloader" y "So what" las texturas se intercalan sobre la batería de ruido blanco y los zumbidos y chasquidos de una consola vieja. Es cierto que en "Freddie freeloader" (recreado por Jake Kaufman) el sonido parece algo excesivo o paroxístico y, en la recreación de los solos, logra ir más allá de un equivalente pixelado del disco de Miles Davis, en tanto sugiere una resolución o definición (en particular en los segmentos casi rockanroleros improvisados) quizá excesiva para el proyecto, pero no pasa lo mismo con "So what" (a cargo de Chris J. Hampton bajo el nombre Ast0r), cuya introducción parece más convincente en sus sonoridades.
Acaso la más ardua de escuchar -por su estridencia- y a la vez la más notoriamente similar a lo que podría sonar en un videojuego es "Blue in green", a cargo de Sergeeo (Sergio de Prado). En sus breves 4:16 la reescritura del original es la más lograda, no por el "parecido" (que es deliberadamente poco) con la belleza del original sino, precisamente, por la manera de reducirla a una forma esquemática, cuadriculada, totalmente libre de "alma" o de su simulacro, como un androide cansado de imitar a sus creadores.
"All blues" (de Shnabubula, a.k.a. Samuel Ascher-Weiss) funciona igualmente bien, con momentos especialmente dinámicos que sugieren que, en el concebible juego desde el que suena esta música, están pasando cosas diferentes, sucediéndose pantallas y apareciendo bosses complicados.
En esa línea "Flamenco Sketches" (a cargo de Disasterpeace, o Rich Vreeland) ofrece uno de los mejores momentos del álbum, hacia 2:35, con una serie de pulsos que se apartan como nada de lo que había sonado antes del modelo y ofrecen un paisaje sonoro bellísimo por derecho propio.
Es interesante pensar en la música de 8-bits como un género en sí mismo, y pueden escucharse por ahí "tributos" a Muse, a Weezer y, de manera acaso más a tono con el original, a Kraftwerk.
Así, en "Freddie freeloader" y "So what" las texturas se intercalan sobre la batería de ruido blanco y los zumbidos y chasquidos de una consola vieja. Es cierto que en "Freddie freeloader" (recreado por Jake Kaufman) el sonido parece algo excesivo o paroxístico y, en la recreación de los solos, logra ir más allá de un equivalente pixelado del disco de Miles Davis, en tanto sugiere una resolución o definición (en particular en los segmentos casi rockanroleros improvisados) quizá excesiva para el proyecto, pero no pasa lo mismo con "So what" (a cargo de Chris J. Hampton bajo el nombre Ast0r), cuya introducción parece más convincente en sus sonoridades.
Acaso la más ardua de escuchar -por su estridencia- y a la vez la más notoriamente similar a lo que podría sonar en un videojuego es "Blue in green", a cargo de Sergeeo (Sergio de Prado). En sus breves 4:16 la reescritura del original es la más lograda, no por el "parecido" (que es deliberadamente poco) con la belleza del original sino, precisamente, por la manera de reducirla a una forma esquemática, cuadriculada, totalmente libre de "alma" o de su simulacro, como un androide cansado de imitar a sus creadores.
"All blues" (de Shnabubula, a.k.a. Samuel Ascher-Weiss) funciona igualmente bien, con momentos especialmente dinámicos que sugieren que, en el concebible juego desde el que suena esta música, están pasando cosas diferentes, sucediéndose pantallas y apareciendo bosses complicados.
En esa línea "Flamenco Sketches" (a cargo de Disasterpeace, o Rich Vreeland) ofrece uno de los mejores momentos del álbum, hacia 2:35, con una serie de pulsos que se apartan como nada de lo que había sonado antes del modelo y ofrecen un paisaje sonoro bellísimo por derecho propio.
Es interesante pensar en la música de 8-bits como un género en sí mismo, y pueden escucharse por ahí "tributos" a Muse, a Weezer y, de manera acaso más a tono con el original, a Kraftwerk.
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