"Deep listening", Pauline Oliveros, 1989, New Albion
La idea -a partir de la definición que aportara Brian Eno en 1978- de que la música ambient ha de ser tan ignorable como interesante es más compleja de lo que parece; podemos, en cualquier caso, tomarla como una consideración sobre el "uso" que uno pueda darle a las composiciones incorporables a ese género: si pretendemos apenas asumirlas como lo que Satie llamó "música de mobiliario", el hecho de que se prescinda de una melodía o una lógica lineal o narrativa y se opte por hacer sonar elementos que se instalan en un espacio en lugar de, por decirlo así, nos "cuenten una historia", sin duda permite que no prestemos realmente atención y que hagamos lo que sea que estamos haciendo en presencia de esos sonidos, que nos acompañan tanto como el ruido del viento o incluso la TV prendida y sin volumen.
Pero cabe un uso diferente de la música ambient, que opera con la lógica de prestarle la misma -o más- atención que le prestamos a lo que cabría llamar la "música convencional" -esa centrada ante todo en la melodía. Y esa manera de experimentar la música sin duda puede equivaler a una forma específica de conciencia, de atención, como si se activara un nivel diferente de reconocimiento de patrones y de centros de significado.
El primer álbum de Pauline Oliveros con Stuart Dempster y Paianotis propone la noción de "deep listening" (escucha profunda), que se nutre tanto de la connotación de exhaustivo, intenso, esencial o trascendente que pueda tener el adjetivo en cuestión como de la más literal, la que alude a una distancia hacia abajo y acaso adentro: el disco, entonces, fue grabado en una cisterna gigantesca, lo cual generó una reverberación asombrosa y, por usar el adjetivo alrededor del que estamos dando vueltas, "profunda". La difusión del sonido en el aire, los ecos y la resonancia aportan sutiles modulaciones a los tonos emitidos por los instrumentos emplados (muchos de ellos objetos encontrados en la propia cisterna), y a veces opera la ilusión de estar escuchando más fuentes de sonido de las empleadas.
El álbum incluye cuatro piezas, ninguna de ellas más breve que diez minutos, consistentes todas ellas ante todo en sonidos ("notas" en la mayoría de los casos) larguísimos -emitidos por acordeones, trombones, gargantas y didgeridoos) que se solapan y quedan pautados por ecos ocasionales; cada una de ellos dura lo que la reverberación ambiental le permite, como si el lugar en sí tuviese propiedades diferentes en cuanto al tiempo: un tiempo más terso y lento, cabría pensar. Si se las escucha con plena atención es fácil sentirse al borde de la hipnosis, sea el borde anterior, digamos, o el posterior, ya que en cualquier momento nos descubrimos "despertando" de la sugestión y preguntándonos cuánto tiempo ha pasado. Digámoslo entonces: este disco, y todavía más que casi cualquier otro de música ambient, más que lo que opera en realidad en toda la música, es sobre el tiempo (y en el tiempo y desde el tiempo y con el tiempo). O, dicho con la pintoresca expresión de Tony Visconti a la hora de describirle a Brian Eno qué hacía su recién comprado Eventide Harmonizer, "fucking with the fabric of time".
La más llamativa de las composiciones -por su diferencia con las que la preceden- es sin duda la última, "Nike", en la que suenan ante todo esos objetos encontrados en la cisterna y acaso por eso desnuda aún más la tremenda reverberación del ambiente; a la vez, la segunda, "Suiren", la más apacible y "silenciosa" de las cuatro, parece "espaciar" todavía más los sonidos: separarlos los unos de los otros en el tiempo y en el espacio (como si se sugiriese que entre los instrumentos media una gran distancia, a la que se suma la que nos separa en tanto oyentes de esas fuentes de sonido) para cargarlos de una singularidad por momentos inquietante (hacia 8:08, por ejemplo).
La pieza más sobrecogedora, a la vez, acaso sea la primera y más extensa, "Lear", siempre tensa y enigmática, con una sección o segmento -entre 13:40 aproximadamente y 19:09- en que, estremecedoramente, la textura misma del sonido parece abrirse, como si se mirara una vieja fotografía de periódico con una lupa. A la noción de mirar adentro de esa trama se corresponde perfectamente la propuesta de "escucha profunda", como si pudiéramos abrirnos camino, apenas con nuestros oidos, en una gradación de la realidad.
Pero cabe un uso diferente de la música ambient, que opera con la lógica de prestarle la misma -o más- atención que le prestamos a lo que cabría llamar la "música convencional" -esa centrada ante todo en la melodía. Y esa manera de experimentar la música sin duda puede equivaler a una forma específica de conciencia, de atención, como si se activara un nivel diferente de reconocimiento de patrones y de centros de significado.
El primer álbum de Pauline Oliveros con Stuart Dempster y Paianotis propone la noción de "deep listening" (escucha profunda), que se nutre tanto de la connotación de exhaustivo, intenso, esencial o trascendente que pueda tener el adjetivo en cuestión como de la más literal, la que alude a una distancia hacia abajo y acaso adentro: el disco, entonces, fue grabado en una cisterna gigantesca, lo cual generó una reverberación asombrosa y, por usar el adjetivo alrededor del que estamos dando vueltas, "profunda". La difusión del sonido en el aire, los ecos y la resonancia aportan sutiles modulaciones a los tonos emitidos por los instrumentos emplados (muchos de ellos objetos encontrados en la propia cisterna), y a veces opera la ilusión de estar escuchando más fuentes de sonido de las empleadas.
El álbum incluye cuatro piezas, ninguna de ellas más breve que diez minutos, consistentes todas ellas ante todo en sonidos ("notas" en la mayoría de los casos) larguísimos -emitidos por acordeones, trombones, gargantas y didgeridoos) que se solapan y quedan pautados por ecos ocasionales; cada una de ellos dura lo que la reverberación ambiental le permite, como si el lugar en sí tuviese propiedades diferentes en cuanto al tiempo: un tiempo más terso y lento, cabría pensar. Si se las escucha con plena atención es fácil sentirse al borde de la hipnosis, sea el borde anterior, digamos, o el posterior, ya que en cualquier momento nos descubrimos "despertando" de la sugestión y preguntándonos cuánto tiempo ha pasado. Digámoslo entonces: este disco, y todavía más que casi cualquier otro de música ambient, más que lo que opera en realidad en toda la música, es sobre el tiempo (y en el tiempo y desde el tiempo y con el tiempo). O, dicho con la pintoresca expresión de Tony Visconti a la hora de describirle a Brian Eno qué hacía su recién comprado Eventide Harmonizer, "fucking with the fabric of time".
La más llamativa de las composiciones -por su diferencia con las que la preceden- es sin duda la última, "Nike", en la que suenan ante todo esos objetos encontrados en la cisterna y acaso por eso desnuda aún más la tremenda reverberación del ambiente; a la vez, la segunda, "Suiren", la más apacible y "silenciosa" de las cuatro, parece "espaciar" todavía más los sonidos: separarlos los unos de los otros en el tiempo y en el espacio (como si se sugiriese que entre los instrumentos media una gran distancia, a la que se suma la que nos separa en tanto oyentes de esas fuentes de sonido) para cargarlos de una singularidad por momentos inquietante (hacia 8:08, por ejemplo).
La pieza más sobrecogedora, a la vez, acaso sea la primera y más extensa, "Lear", siempre tensa y enigmática, con una sección o segmento -entre 13:40 aproximadamente y 19:09- en que, estremecedoramente, la textura misma del sonido parece abrirse, como si se mirara una vieja fotografía de periódico con una lupa. A la noción de mirar adentro de esa trama se corresponde perfectamente la propuesta de "escucha profunda", como si pudiéramos abrirnos camino, apenas con nuestros oidos, en una gradación de la realidad.
Comentarios
Publicar un comentario