"Heavy horses", Jethro Tull, 1978, Chrysalis
¿En qué se parece la discografía de Jethro Tull a la bibliografía de William Gibson? RESPUESTA: que ambas se ordenan fácilmente en trilogías. Las del escritor, convengamos, son programáticas y revelan vínculos narrativos: así, el "sprawl" ("ensanche" en las traducciones de Minotauro) quintaesencialmente ciberpunk de la primera ("Neuromante", "Conde cero" y "Mona lisa acelerada"), el futuro más cercano de la del "puente" ("Luz virtual", "Idoru" y "Todas las fiestas del mañana") y el presente extrañado de la última completa ("Mundo espejo", "País de espías" e "Historia cero") comparten personajes, escenografía y se vuelven un universo ficcional consistente, mientras que las de Jethro Tull son más bien a posteriori y a modo de modelos de lectura; pero, en cualquier caso, no parece ni fácil ni estrictamente deseable prescindir del esquema que agrupa y separa los tres primeros discos -"This was" (1968), "Stand up" (1969) y Benefit (1970)-, que comparten un lugar estético y sonoro donde cierta excentricidad convive con el blues y el hard rock primitivo, además de con un ímpetu creciente hacia sonoridades más amplias, jazz y música barroca entre ellas. Después, los tres siguientes -"Aqualung" (1971), "Thick as a brick" (1972) y "A passion play" (1973)- trabajan en el contexto del rock progresivo, mientras que los que siguen -"War child" (1974), "Minstrel in the gallery" (1975) y "Too old to rock'n'roll: too young to die" (1976)- proponen un hard rock sofisticado y una imaginación más desbordada al nivel de las letras (que van desde la imaginería medieval hasta la ciencia ficción distópica). Finalmente, los que clausuran la década -"Songs from the wood " (1977), "Heavy horses" (1978) y "Stormwatch" (1979)- abordan un sonido más notoriamente cercano al folk que nada de lo ofrecido anteriormente por la banda. Pero las trilogías siguen: la techno prog -"A" (1980), "The broadsword and the beast" (1982) y "Under wraps" (1984)-, la de un nuevo hard rock bluesero -"Crest of a knave" (1987), "Rock island" (1989) y "Catfish rising" (1991)- y, finalmente, la de una suerte de prog orientado hacia la llamada world music, que aparentemente ha quedado incompleta: "Roots to branches" (1995) y "J-Tull dot com" (1999). Quedarían por fuera del esquema "The Jethro Tull christmas album" (2003) y "Thick as a brick 2", que técnicamente pertenece a la carrera solista de Ian Anderson.
La llamada trilogía folk, entonces, quedó inaugurada por "Songs from the wood" y encuentró en el decimoprimero de los álbumes de la banda su centro y acaso mejor momento. Si bien el tema estrictamente folklórico queda algo desplazado en las letras (que se ubican más bien en cierto realismo o costumbrismo) desde un punto de vista estrictamente musical "Heavy horses" es una continuación y perfeccionamiento de su predecesor: es, a la vez, un disco más vital, urgente, agresivo, intenso y notoriamente energético, al nivel en ese sentido (y, convengamos, otros tantos) de la obra maestra de la banda, "Thick as a brick".
Se trata también de una de las colecciones más ricas de melodías y arreglos que ha propuesto Jethro Tull, además del cenit del desempeño vocal de Ian Anderson, quien, lamentablemente, iniciaría poco después una decadencia muy notoria.
Sin duda el corazón del disco es su title track, una suite de casi nueve minutos que contiene todo lo que los fans de Jethro Tull amamos en la música de la banda: secciones épicas, sutilezas, un toque de humor, una emotividad sutil y nunca cliché, sabio virtuosismo e inteligencia. Después de un comienzo riffero al borde del power metal (o como una suerte de power metal intensificado en tempos más lentos y extendido en timbres y sonoridades) irrumpe (1:10) un segmento baladístico con piano y cuerdas (a partir de 1:34), fondo instrumental sobre el que Ian Anderson canta como nunca había cantado y nunca cantará, de manera estremecedoramente hermosa (nótese el detalle magnífico de la voz casi susurrada y una octava más abajo en el parlante derecho) y emocionante. Después retorna el riff del comienzo, convertido ahora en la base de un segmento que hace las veces de estribillo. Sigue el segmento baladístico, ahora en plena forma folk, con un trabajo bellísimo de guitarra acústica (a cargo de Ian Anderson) y cuerdas.
El segundo estribillo desemboca en un segmento de tempo más veloz y tonalidad más aguda, que tensa apreciablemente la voz de Ian Anderson y la carga de intensidad y pasión. Hay, a su vez, otro cambio hacia 5:02, tanto de tonalidad como de textura, que se reitera en acumulación de urgencia y dramatismo para desembocar -modulación mediante- en una serie de segmentos instrumental variadísimos que parecen llevar la canción hacia un final. Pero el proceso es cortado por una reiteración -apenas más lenta- del riff del comienzo y las estrofas, que comunican con un nuevo estribillo y un fade-out.
De alguna manera "Heavy horses" ofrece desde su lugar en el lado B un modelo del disco completo y de todos sus procedimientos, pero de manera alguna agota lo que tiene el álbum para ofrecer. Está por ejemplo "Moths", el momento más lírico y emotivo y una de las canciones más deliciosas de la banda; las resonancias folk encuentran en "Weathercock", el cierre del disco, un lugar especialmente brillante junto al ofrecido por "Acres wild", con su riff cabalgado (no pun intended con el nombre del álbum) y también protometalero, que se funde en guitarras acústicas y mandolinas.
La composición más ambiciosa del lado A es "No lullaby", que deriva pasado su primer tercio en uno de los momentos más intensamente rockeros del disco, para volver a sus secciones más espaciosas y pausadas, decoradas bellamente por líneas de flauta y sintetizador.
De alguna manera el álbum no se resiente -en cuanto a la sucesión de temas y lugares emocionales y musicales- en su traslado al CD; así, si bien "Journeyman" cierra el lado A, escuchado junto a "Rover" y "One brown mouse" parece quedar sugerido un centro consistente y menos ambicioso para el álbum, suerte de equilibrio de las canciones de alcance más vasto ("No llulaby", "Heavy horses") o de intensidad más deslumbrante ("Acres wild", "Moths", "Weathercock"). Es curioso, en todo caso, que se haya elegido "...and the mouse police never sleeps" como comienzo; no porque se trate de una composición de menor calidad (todo el álbum es notoriamente consistente en este sentido) sino porque su ritmo más nervioso e intrincado no opera en la línea de anticipar los paisajes más amplios que seguirán: Acaso "Acres wild" hubiese sido una mejor opción.
Si bien quedaban unos cuantos discos excelentes en el haber de la banda, es dificil proponer entre estos uno al nivel lírico, musical y de ejecución de "Heavy horses"; acaso los mejores momentos de "Stormwatch" y "The broadsword and the beast" podrían acercarse, del mismo modo que, a nivel de composiciones individuales, una de las obras maestras de la banda -"Budapest"- todavía demoraría nueve años en aparecer (al comienzo del lado B de "Crest of a knave").
La llamada trilogía folk, entonces, quedó inaugurada por "Songs from the wood" y encuentró en el decimoprimero de los álbumes de la banda su centro y acaso mejor momento. Si bien el tema estrictamente folklórico queda algo desplazado en las letras (que se ubican más bien en cierto realismo o costumbrismo) desde un punto de vista estrictamente musical "Heavy horses" es una continuación y perfeccionamiento de su predecesor: es, a la vez, un disco más vital, urgente, agresivo, intenso y notoriamente energético, al nivel en ese sentido (y, convengamos, otros tantos) de la obra maestra de la banda, "Thick as a brick".
Se trata también de una de las colecciones más ricas de melodías y arreglos que ha propuesto Jethro Tull, además del cenit del desempeño vocal de Ian Anderson, quien, lamentablemente, iniciaría poco después una decadencia muy notoria.
Sin duda el corazón del disco es su title track, una suite de casi nueve minutos que contiene todo lo que los fans de Jethro Tull amamos en la música de la banda: secciones épicas, sutilezas, un toque de humor, una emotividad sutil y nunca cliché, sabio virtuosismo e inteligencia. Después de un comienzo riffero al borde del power metal (o como una suerte de power metal intensificado en tempos más lentos y extendido en timbres y sonoridades) irrumpe (1:10) un segmento baladístico con piano y cuerdas (a partir de 1:34), fondo instrumental sobre el que Ian Anderson canta como nunca había cantado y nunca cantará, de manera estremecedoramente hermosa (nótese el detalle magnífico de la voz casi susurrada y una octava más abajo en el parlante derecho) y emocionante. Después retorna el riff del comienzo, convertido ahora en la base de un segmento que hace las veces de estribillo. Sigue el segmento baladístico, ahora en plena forma folk, con un trabajo bellísimo de guitarra acústica (a cargo de Ian Anderson) y cuerdas.
El segundo estribillo desemboca en un segmento de tempo más veloz y tonalidad más aguda, que tensa apreciablemente la voz de Ian Anderson y la carga de intensidad y pasión. Hay, a su vez, otro cambio hacia 5:02, tanto de tonalidad como de textura, que se reitera en acumulación de urgencia y dramatismo para desembocar -modulación mediante- en una serie de segmentos instrumental variadísimos que parecen llevar la canción hacia un final. Pero el proceso es cortado por una reiteración -apenas más lenta- del riff del comienzo y las estrofas, que comunican con un nuevo estribillo y un fade-out.
De alguna manera "Heavy horses" ofrece desde su lugar en el lado B un modelo del disco completo y de todos sus procedimientos, pero de manera alguna agota lo que tiene el álbum para ofrecer. Está por ejemplo "Moths", el momento más lírico y emotivo y una de las canciones más deliciosas de la banda; las resonancias folk encuentran en "Weathercock", el cierre del disco, un lugar especialmente brillante junto al ofrecido por "Acres wild", con su riff cabalgado (no pun intended con el nombre del álbum) y también protometalero, que se funde en guitarras acústicas y mandolinas.
La composición más ambiciosa del lado A es "No lullaby", que deriva pasado su primer tercio en uno de los momentos más intensamente rockeros del disco, para volver a sus secciones más espaciosas y pausadas, decoradas bellamente por líneas de flauta y sintetizador.
De alguna manera el álbum no se resiente -en cuanto a la sucesión de temas y lugares emocionales y musicales- en su traslado al CD; así, si bien "Journeyman" cierra el lado A, escuchado junto a "Rover" y "One brown mouse" parece quedar sugerido un centro consistente y menos ambicioso para el álbum, suerte de equilibrio de las canciones de alcance más vasto ("No llulaby", "Heavy horses") o de intensidad más deslumbrante ("Acres wild", "Moths", "Weathercock"). Es curioso, en todo caso, que se haya elegido "...and the mouse police never sleeps" como comienzo; no porque se trate de una composición de menor calidad (todo el álbum es notoriamente consistente en este sentido) sino porque su ritmo más nervioso e intrincado no opera en la línea de anticipar los paisajes más amplios que seguirán: Acaso "Acres wild" hubiese sido una mejor opción.
Si bien quedaban unos cuantos discos excelentes en el haber de la banda, es dificil proponer entre estos uno al nivel lírico, musical y de ejecución de "Heavy horses"; acaso los mejores momentos de "Stormwatch" y "The broadsword and the beast" podrían acercarse, del mismo modo que, a nivel de composiciones individuales, una de las obras maestras de la banda -"Budapest"- todavía demoraría nueve años en aparecer (al comienzo del lado B de "Crest of a knave").
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