"The dark side of the moon", Pink Floyd, 1973, Harvest
Es una idea bastante fácil de encontrar la que establece que a partir de su octavo álbum de estudio Pink Floyd se convirtió en una banda ampulosa y complaciente, como si en el contexto de "The dark side of the moon" operara la traición definitiva a los ideales experimentales y psicodélicos de las primeras etapas de la banda. Versiones aún más estúpidas de la idea establecen una suerte de gradación o pérdida de la influencia de Syd Barrett como si en ella se jugara todo lo más grande que alcanzó o podría haber alcanzado la banda: desde el evidente máximo en el primer álbum de la banda y los singles del período hasta "Meddle", donde "Echoes" termina por señalar esa solemnidad ante todo no barretsiana que se terminaría por comer a Pink Floyd. No creo que sea necesario señalar acá que todo esto me parece una tontería gigante, pero es cierto que la banda cambió entre "The piper at the gates of dawn" y "Animals", en el sentido de que lo contrario habría sido no sólo imposible sino seguramente indeseable, salvo para la gente que pretende que todas las bandas sean ACDC o que, en el fondo, el único acto honesto y sincero en el contexto del rock sea la vuelta a las pretendidas "raíces" (lo que equivale a pensar que "Ten" es el mejor disco de Pearl Jam). En cualquier caso, sí cabe señalar, en mi opinión, cierta actitud ante lo musical o ante la musicalidad en tanto fin en sí mismo; en el caso de cierto rock progresivo/sinfónico -como ELP- esa voluptuosidad musical se vuelve el centro de la propuesta y queda encarnada en la apelación al virtuosismo como valor supremo, cosa que, en el peor de los casos (no digo que pase en ELP, aunque a veces sí pasa en ELP) termina convirtiéndose en una exhibición de corte gimnástico en cuanto a cómo tocar semifusas a 140BPM. Una versión algo más moderada de esto vuelve a cierta "musicalidad no necesariamente virtuosa" (virtuosa en términos de velocidad y destreza manual, se entiende) el valor central o incluso el eje de la propuesta, y si Pink Floyd se acercó a esa concepción estética lo hizo ante todo en "Wish you were here" (está claro que en "Animals" y "The Wall" la cosa pasa por otro lado), del que se podría decir que es "musicalmente" el mejor trabajo de la banda. Pero si pensamos en otras maneras de entender el interés posible de una composición y nos proponemos atender a cualidades estrictamente sónicas o sonoras, a las texturas y a los procedimientos, entonces "The dark side of the moon" puede pasar por el logro definitivo de la banda. No estoy pensando estrictamente en ciertas cualidades digamos "ambient" (entendiendo acá "ambient" por esa música en la que las texturas son más importantes que todo lo analizable en términos de armonía, melodía y ritmo), y de hecho el más "ambient" de los discos de Floyd es "Wish you were here", sino también en procedimientos, en experimentación, en apelación a lenguajes diversos en el contexto de una única composición. Así, en "The dark side of the moon" sobresale el uso de música concreta y electrónica, hasta el punto que en muchos casos el interés más notorio de las canciones o composiciones está en la apelación a esos lenguajes. El caso de "Money" es quizá el más claro: la canción intercala compases de 7/4 con 4/4 para crear un efecto de aceleración temporal que sin duda favorece a la reflexión continua del disco acerca del tiempo, pero al mismo nivel en cuanto a llamadores de atención que esa digamos "técnica" (que cierto rock progresivo llevaría al paroxismo liberándola de toda concepción posible de utilidad y convirtiéndola en un fin en sí misma) aparece el uso de loops creados con monedas y cajas registradoras, que superpuesto al riff de bajo en 7/4 (y después, por breves instantes, a la banda completa) genera una textura única y fascinante, en tanto parece transferir al bajo esa cualidad iterativa o loopeada, y así de alguna manera deshumanizarlo -y esto, a su vez, otorga otro significado al cambio hacia 4/4 y las resonancias blueseras utilizadas por la banda en esos segmentos.
Está también "On the run", con su secuencia de ocho notas tocadas en un sintetizador EMS Synthi, que alinea a la banda con los procedimientos de la escuela de Berlín, en particular el uso de secuencias de sintetizador de Tangerine Dream. Esto es interesante en sí mismo: el krautrock (que podemos pensar como el contexto de emergencia de Tangerine Dream, Ash Ra Tempel y otros tantos proyectos basales para la electrónica) tenía en el Floyd más psicodélico (el de "Umagumma" y el de algunas zonas de "A saucerful of secrets") un referente esencial, de modo que la apelación en común a las secuencias de sintetizador parece hablar de objetivos en común y procedimientos inevitables.
A la vez, a lo largo del álbum regresan los procedimientos de música concreta, casi siempre a través de entrevistas grabadas previamente y colocadas en las canciones a modo de textura; el uso más notorio de esto, en cualquier caso, está al comienzo mismo del disco, con "Speak to me" y su collage armado a partir de todo lo que vendrá después: los relojes de "Time", las risas en "Brian Damage", la caja registradora de "Money", el helicóptero de "On the run", las voces de Clare Torry para "The great gig in the sky" y, especialmente, la pauta del latido de corazón, que atraviesa el disco y regresa al final de "Eclipse". All that is now and all that is now and all that's to come.
Por supuesto que también hay climas, cuya efectividad puede rastrearse a las progresiones de acordes arpegiados (en "Breathe", "Brain damage" y "Eclipse" notoriamente), pero es ante todo la asombrosa sensación de especialidad generada en la mezcla (con sus técnicas de compresión y ecualización además de la interacción de volúmenes) lo que termina por ofrecer el sonido específico y memorable del álbum, ese lugar sonoro que conecta los extremos texturales del riff de "Money" y el sintetizador cargado de delays de "Any colour you like", o las secuencias en "On the run" y la placidez jazzera de los acordes de "Us and them", para confluir en la espiral de materia radiante en torno al agujero negro supermasivo de "Eclipse".
Es inútil discutir si "The dark side of the moon" es el mejor disco de Pink Floyd, quizá porque algo de cierto hay -como debe haberlo para una banda que hizo de la experimentación un eje de su carrera- en eso de que se trata más bien de varias bandas, de muchos Pink Floyds, cada uno con sus objetivos y sus grados concebibles de logro; acaso si valga la pena, por otro lado, pensar que todo lo que la banda haría en clave de "más y mejor" después, y que en todo lo que hizo en clave de mayor frescura o riesgo antes, en rigor está presente en "The dark side of the moon", que contiene, en sus 42:49, una variedad de procedimientos y texturas sonoras que Pink Floyd jamás había reunido en un único disco anteriormente y que, en rigor, no volvería a reunir (con la excepción quizá de "The Wall", pero ahí no estaríamos hablando de "un único disco") en los siete álbumes que siguieron.
A la vez, a lo largo del álbum regresan los procedimientos de música concreta, casi siempre a través de entrevistas grabadas previamente y colocadas en las canciones a modo de textura; el uso más notorio de esto, en cualquier caso, está al comienzo mismo del disco, con "Speak to me" y su collage armado a partir de todo lo que vendrá después: los relojes de "Time", las risas en "Brian Damage", la caja registradora de "Money", el helicóptero de "On the run", las voces de Clare Torry para "The great gig in the sky" y, especialmente, la pauta del latido de corazón, que atraviesa el disco y regresa al final de "Eclipse". All that is now and all that is now and all that's to come.
Por supuesto que también hay climas, cuya efectividad puede rastrearse a las progresiones de acordes arpegiados (en "Breathe", "Brain damage" y "Eclipse" notoriamente), pero es ante todo la asombrosa sensación de especialidad generada en la mezcla (con sus técnicas de compresión y ecualización además de la interacción de volúmenes) lo que termina por ofrecer el sonido específico y memorable del álbum, ese lugar sonoro que conecta los extremos texturales del riff de "Money" y el sintetizador cargado de delays de "Any colour you like", o las secuencias en "On the run" y la placidez jazzera de los acordes de "Us and them", para confluir en la espiral de materia radiante en torno al agujero negro supermasivo de "Eclipse".
Es inútil discutir si "The dark side of the moon" es el mejor disco de Pink Floyd, quizá porque algo de cierto hay -como debe haberlo para una banda que hizo de la experimentación un eje de su carrera- en eso de que se trata más bien de varias bandas, de muchos Pink Floyds, cada uno con sus objetivos y sus grados concebibles de logro; acaso si valga la pena, por otro lado, pensar que todo lo que la banda haría en clave de "más y mejor" después, y que en todo lo que hizo en clave de mayor frescura o riesgo antes, en rigor está presente en "The dark side of the moon", que contiene, en sus 42:49, una variedad de procedimientos y texturas sonoras que Pink Floyd jamás había reunido en un único disco anteriormente y que, en rigor, no volvería a reunir (con la excepción quizá de "The Wall", pero ahí no estaríamos hablando de "un único disco") en los siete álbumes que siguieron.
Comentarios
Publicar un comentario