"Yeti", Amon Düül II, 1970, Liberty/Repertoire
En la película "Altered states" (Ken Russell, 1980) se cuenta la historia de un psicólogo fringe que retrocede en la memoria genética de la humanidad y la vida hasta una forma protoplasmática cercana a la "materia increada"; para hacerlo -para remontar la cadena atávica, digamos- moviliza tecnología (tanques de aislamiento sensorial, específicamente) y sustancias psicoactivas enteogénicas, primero sintéticas y eventualmente las derivadas de una sopa primigenia que le confían ciertos indios mexicanos (¿un guiño a los tarahumaras de Artaud?), una suerte de ayahuasca (aunque el término no aparece en la película y en su lugar se habla de "la primera flor", si bien la película deja ver algunas raíces de Banisteriopsis caapi) de la que es derivada una tintura usada más tarde en la película en conjunción con el tanque de aislamiento sensorial. La hipótesis parecería clara: ciertas drogas enteogénicas permiten retroceder en la memoria genética, en una suerte de retorno neuroquímico de la teoría de la recapitulación (la ontogenia reproduce la filogenia). Supongo que asumir que la gente de Amon Düül II "se drogaba mucho" podría servir a modo de "explicación" para una sensación especialmente intensa que me genera escuchar su música, en particular el segundo de sus álbumes. Es decir: hay en "Yeti" una evidente concentración del material musical si lo comparamos con el más proteico "Phallus dei"; sin animarme a un juicio de valor -ambos me parecen discos increíblemente buenos-, está claro que la escucha del primer disco del set doble, y en particular su lado B, ofrece, con sus piezas más bien breves y su exploración de las texturas acústicas en ritmos insistentes y reiterados casi ritualísticamente, una imagen más enfocada e intensa que la que se desprendía de piezas como "Kanaan", del primer álbum de la banda; y esa concentración favorece que aparezca esa suerte de evocación o construcción de lo ominoso -en el sentido freudiano de algo que en algún momento fue familiar y luego quedó reprimido o vuelto tabú- a través de lo atávico: lo ritualístico, el horror folk. Acaso el equivalente en la literatura de terror sean los cuentos de Machen y Blackwood, que rehuían los lugares comunes de la ficción gótica a través de apelar a ritos primigenios de pueblos anteriores a la humanidad (eso que Lovecraft reformaría poco después en clave de ciencia ficción). Casi todo "Yeti", entonces, parece consaistir en ventanas que se abren de pronto a escenas de ese paganismo que se asumió olvidado: "Cerberus" podría ser el momento más claro, con su entramado de acústicas y percusión que se resuelve en acordes de eléctrica con efectos de faseo, pero también -desde ese lado B del disco uno- la más "terrible" "Eye-shaking king", que podría bien haber sido grabada en Carcosa, o la extrañamente rockera (porque colocar algo parecido al rock -a lo que entendemos por rock, a lo que nos suena a rock- en este contexto no hace sino potenciar aún más el extrañamiento) "Archangels Thunderbird", con un trabajo vocal maravilloso de la gran Renate Knaup, y la aún más reiterativa y ritualística "The return of Ruebezahl", una favorita personal.
Es interesante como las composiciones del disco dos -que quedaron etiquetadas como "improvisaciones"- no suenan tan diferente a las canciones más depuradas del primer disco. En cualquier caso, si comparamos estas piezas largas con "Soap shop rock" -que ocupa el lado A del disco uno casi completo- lo que aparece como diferencia marcada es cierto "uso" más deliberado del lenguaje musical: los acordes poprockeros que abren la primera de las cuatro secciones en que consiste la pieza -y que reaparecen al final- juegan a modo de distancia irónica y de juego de extrañamiento (del mismo modo que pasa con la ya mencionada "Archangels thunderbird"); en cualquier caso, los cambios de tempo y el intercalado de secciones desquiciadas con otras más apacibles recuerda al primer disco de King Crimson y pauta una posible conexión -si bien acaso no se escucharon mutuamente- entre el krautrock de Amon Düül y cierto rock progresivo británico (no todo, por supuesto: el lado más sinfónico del género, con su voluptuosidad meramente musical está acaso en las antípodas de la extrañeza visionaria del krautrock).
Hay secciones de "Yeti", la improvisación que ocupa completo el lado A del disco 2, que recuerdan a otros tantos momentos de "Soap shop rock", como si en la improvisación se retornara a pautas ya ensayadas para abrirse camino hacia otros territorios; así, hacia el último tercio de "Yeti" las guitarras cargadas de efectos y su diálogo con el órgano despliegan un paisaje asombroso y alucinante, ya despegado del panorama ominoso de los extraños ritos descubiertos en el bosque. Pero a no confiarse: el aquelarre regresa al final de "Yeti talks to Yogi", con toda la intensidad imaginable y todavía más. En la línea más luminosa, de todas formas, se da el cierre del álbum, con la improvisación "Sandoz in the rain", de atmósfera cuasi raga y el momento más prístino de la propuesta además de su conclusión lógica.
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